Súplica a Neptuno

Acudo a ti Neptuno, señor de los mares y del reino sumergido, con una súplica:

Condúceme junto a ella, mi amada sirena, una vez más.

Nos encontramos una tarde soleada de verano,  en la playa del océano de la existencia. Anclamos el navío del destino en la orilla de tu mar en calma y caminamos por las arenas detenidas del tiempo, sintiendo las caricias de las suaves ondas de  cristal sobre los pies cansados del largo viaje.

Breves fueron los momentos junto a ella, los gránulos dorados de los minutos volvieron a caer sobre las huellas de nuestros pasos en la blanda arena de la memoria, hasta cubrirlos y hacerlos desaparecer en la playa desértica y árida del olvido. Cuando la mente sufre pérdidas quedan los recuerdos, eternos, esculpidos en el corazón.

Recuerdo y no olvido que nunca fuimos amantes, aunque nunca  dejamos de amarnos. Era una certeza y una paradoja.  Rememoro un pasado que no ha tenido presente. No habían tenido tiempo apenas de conocerse nuestros cuerpos sedientos, aunque los sentidos todo lo sabían para calmar la sed. Nuestras manos intuían y los dedos adivinaban secretos y caricias apasionadas que abrían puertas ocultas al amor. En nuestro pecho estaba el refugio, el fuego y la esperanza, la perla que se estaba formando en la ostra, el sol y el agua, tierra y semilla. Latía el corazón impulsando a las flores que esperaban para nacer bajo tierra y cuyo aroma ya impregnaba el aire, como una promesa de felicidad.

Mas el destino fue cruel, y fugaz e incomprensible. Se agitaron tempestuosas las aguas del mar de la vida dejándonos  la miel en los labios, sin  poder saborear el néctar del encuentro. No te culpo Neptuno, sé que tu ira no era hacia nosotros, simplemente te divertías, pero nos alcanzó la tormenta. Vi a los impetuosos caballos azules que arrastraban tu carroza, y la furia de su galope hacía rugir las olas y de sus ondulantes crines de espuma blanca saltaban burbujas de plata relucientes, las ruedas trazaban estelas que se elevaban convertidas en murallas de agua y sal. Tú reías a carcajadas, los truenos eran tu voz, con el  pelo empapado y tus barbas agitadas por el viento. Los rayos surgían de tu tridente con cada sacudida de tu brazo. La lluvia era una cortina de cristal impenetrable.

 Cuando todo hubo pasado y las aguas se calmaron, ella ya no estaba junto a mí. Y desde entonces la busco…y no la encuentro.

Mi navío es ahora un barco fantasma que navega sin detenerse nunca. No tiene puerto ni isla donde varar sino es en ella. Las velas están tejidas con los hilos del tiempo y los colores de la nostalgia. La proa se llama esperanza, la popa  desesperación, ambas aumentan con cada puesta de sol que se oculta bajo el horizonte.

Ayúdame a encontrarla de nuevo…

Ella es una hija de tu reino marino sumergido, de agua y sal son tus olas, igual que mi llanto. Lágrimas de nácar, corazón de coral, sangre en las venas, da igual, somos hijos de la misma tristeza.

Veo nuestros cuerpos separados, danzan tristes canciones en playas solitarias, y mi corazón emite su canto, un lamento de su ausencia, una llamada silenciosa a través de las edades de la vida y  los mares grises. Mi alma con las manos tendidas la busca navegando entre las brumas y claroscuros de tu reino acuático.

Ayúdame a encontrarla de nuevo…

Fragmento de: Súplica a Neptuno