La vida propia de los recuerdos
«Los recuerdos, de nuevo los recuerdos… ¿de quién? No los identifico como de mi propiedad, su origen no está en mi memoria, ¡yo no he estado nunca en Escocia! ¿Acaso disponen de vida propia? Aparecen y desaparecen sin mi consentimiento, de forma inesperada, o quizá sean un fermento, un hongo, una forma de vida que surge de otra muerta, ¿mi mente, mi existencia? ¿Dónde empieza una, dónde acaba la otra? Vida y muerte surgen en el mismo instante, es una batalla inevitable y también una simbiosis perfecta. ¿Me preguntas si no serán imaginaciones, fantasía desbordada, creatividad enfermiza, el consumo de amanitas, de alcohol, las otras herramientas secretas del escritor? No, no es imaginación febril, fantasear con la mente no duele, los recuerdos sí. Son una bola de fuego surcando el cielo, la inmensidad de la bóveda que cubre a la mente, arrastra tras ella una hermosa y luminosa estela de polvo astral, pero no te dejes engañar por la belleza de la visión, la cola está compuesta por restos muertos, fragmentos de cadáveres de otros mundos. A su paso quema y destruye, su olor es el aroma del miedo, el pánico a no existir nunca más…»
