Una hoja de hierba, una piedra tatuada

Lithops – Foto Q.M.

Una hoja de hierba

Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles.

Descubro que en mí,
se incorporaron, el gneis y el carbón,
el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.

(Walt Whitman)

En ocasiones,  un atisbo de realidad —rayo de luz— perfora el denso banco de nubes que son nuestros pensamientos. Los cuales surcan los cielos de nuestra conciencia, cómo rebaños perdidos, sin más trascendencia que su presencia nómada y efímera.  No es que las nubes las hayamos creado nosotros, ni mucho menos, no son una creación sino un efluvio, un acontecer…tampoco son un obstáculo ni un problema a evitar, cómo ejemplo la famosa creencia de que hay que «acallar la mente» para «encontrarnos a nosotros mismos». El intelecto, el entendimiento, no es enemigo, los pensamientos son niños inocentes y juguetones, aunque solo los revoltosos, los más escandalosos, nos perturban y captan más nuestra atención. La conciencia es la gran marmita, la olla de la emanación donde hierven los pensamientos, las ideas. Continuamente en ebullición, no puede parar de manifestar, cada  burbujeo, cada pompa crece hasta estallar y libera una sorpresa inesperada ¿Qué será lo que pensaré de aquí a un minuto? ¿Qué surgirá, será un pensamiento  denso, triste, evanescente, deshilachado, alegre? Incluso puede suceder que no nos guste lo que aparece ¡Qué paradoja! Ni siquiera puedo pensar lo que quiero con «mi mente». No es una cuestión de preferencias, tampoco responde a nuestra intencionalidad o voluntad, es una manifestación libre cómo las formas que adoptan las nubes en el cielo ¿quién las diseña? Pero entonces ocurre un fenómeno curioso, al hacernos consciente del pensamiento,  la mente o ego (siempre unas fracciones de segundo más tarde) se atribuye la autoría del mismo, y decimos: «Acabo de pensar esto y aquello», «se me ha ocurrido…».

Todo lo que llamamos conocimiento del mundo, nos lo han enseñado y lo hemos adquirido a través de un lenguaje aprendido, las palabras. Las palabras no sustituyen a la   realidad nunca, pero son un trampantojo muy bien creado, un relato creíble pero no verídico, parece que sabemos, y a veces confundimos el parece que sabemos como si fuéramos lo  que parece que somos. La existencia solo puede ser experimentada no pensada. Podemos hablar de todo sin haber experimentado la mayor parte de lo que nombramos. Podemos existir en un mundo construido de palabras, un mundo imaginario que continuamente está siendo creado y destruido, un mundo donde no hay sensación, ni experiencia directa de la verdad. Podemos hablar de las galaxias, constelaciones a millones de años luz, atmósfera de Júpiter y Saturno, distancias estelares…podemos hablar de la infinitud que conceptualizamos, pero la auténtica y única certeza es que nuestro universo conocido, mal que nos pese, son las cuatro calles que diariamente recorremos para ir al trabajo o realizar nuestras actividades cotidianas. Y es dentro de esa existencia en la que nos movemos y a menudo no aceptamos —nos gustaría que fuese otra— donde viajamos con la mente a todo ese mundo de conocimiento que nos parece tan interesante y lleno de tantas maravillas lejanas e inaccesibles. Un mundo donde la esperanza es una promesa irrealizable que nos hacemos, una promesa «me lo merezco» que esconde la no aceptación de la realidad actual, cómo si la vida nos debiera algo, una felicidad muy buena, todavía por llegar.

Las maravillas lejanas no son sino un reflejo de todo lo que nos rodea cuando prestamos atención, no a lo que pensamos, sino a lo que sentimos, a las sensaciones, aquello que los sentidos captan, y estamos percibiendo  continuamente…dejamos de pensar acerca de y nos convertimos en sensación plena. Nos conmueve un poema hasta emocionarnos incluso antes de haberlo comprendido, una canción nos llega al alma, está en camerunés (no importa), la melodía, la sensación surge antes de que el pensamiento «no entiendo la letra» aparezca. Ese pensamiento intruso, maleducado y con afán de notoriedad que lo único que busca es sentirse ser, ser algo a toda costa, no es más que vaho, puede empañar brevemente y se desvanece.

Nos gusta escribir sobre temas majestuosos, solemnes, trascendentes, amor, paraísos, infiernos, inmensidades de los cielos, océanos, desiertos, bosques…sí, está bien…lo somos, todo ello…pero también hay más, infinitamente más, si miramos lo que tenemos justo delante….y también lo somos, ya en este preciso instante. Es una puerta batiente que se abre hacia los dos lados. Nos gusta llamarlos interior y exterior, dentro y fuera, material y espiritual, positivo y negativo, físico y mental, alma y psique, vacío y plenitud, conciencia y ego, realidad y irrealidad, virtud y pecado, razón y fantasía, pasado y futuro, cielo e infierno…todo nos nombra, nada nos define. Toda definición que asumamos nos encerrará en la jaula que construiremos…No hay puertas. Deja la vida libre.