
Millones, trillones de almas se precipitan por los vórtices del tiempo, girando alrededor de los planetas, aguardando que se abran las puertas de la existencia para nacer, para vivir, para ser y sentir…En el tiempo de los mundos y las galaxias son un instante, en el cómputo de los hombres una eternidad…Cae el nacimiento, gotas de lluvia sobre cuerpos diminutos y frágiles que respiran por primera vez, convirtiéndose en corazones pulsantes que abren los ojos a la vida. Comienza el ritmo del tiempo, del reloj que marca el preciso número de latidos, los necesarios para ser y sentir, emanar nuestro aroma y mostrar al mundo el colorido de nuestros pétalos únicos. Es el momento de dar, sin propósito, por la dicha sin causa. Ojos felices y sonrientes, flores de mil tonalidades y geometrías, inocentes cielos límpidos sin nubes. Incluso aquellos que en el descenso cayeron heridos con las alas rotas, dando vueltas en los remolinos que llevan a la manifestación, perdidos; sus lágrimas convertidas en diamantes de sal, al atravesar la seda azul de la tierra, se transforman en agua dulce vivificante, resplandecientes esferas de luz que fertilizan y nutren los capullos que se abrirán al sol y que encierran el misterio de la belleza aún no manifestada.