Cuando era muy joven tenía un poster en la habitación donde marcaba con círculos aquellos lugares que en los libros de aventuras llamaban mi atención. Tenía marcado el Sneffels en Islandia y el fin de trayecto en Stromboli al norte de Sicilia. De volcán a volcán de la mano de Julio Verne. Así mismo tenía señalado Alaska, el Klondike, las rutas de los buscadores de oro de Jack London y los perros que tanto le gustaban. En el océano Pacífico, en una isla remota cercana a Oceanía (por lo de los caníbales) se hallaba la morada de Robinson Crusoe. Muchos años después en El lago azul, lugar cercano a la residencia de Robinson, nos enamorábamos de Brooke Shields. Lugar cercano también a donde Tom Hanks, posteriormente, vivió su aventura de Náufrago. Pero en la edad más temprana no había lugares más misteriosos y exóticos que los mencionados en las novelas y cuentos de Emilio Salgari, Malasia, Borneo, los tigres de Mompracem, la diosa Kali, piratas, princesas, mares llenos de peligros. Dicen que nunca viajó a esos lugares lejanos y que todo era fruto de su imaginación. No obstante tuvo una vida bastante novelesca, con muchos tintes trágicos, al igual que su final, se suicidó practicándose el sepukku o hara-kiri.
Pero no es este el motivo de esta entrada. Me he comprado recientemente Atlas de Islas Remotas, de Judith Schalansky.
El sabor al leerlo, recorriendo esas islas, es muy similar al experimentado de niño, islas del los siete mares, con nombres evocadores que despiertan la imaginación. «Aún quedan lugares desconocidos en la tierra», o bien, «Cincuenta islas en las que nunca estuve y a las que nunca iré», son frases (¿mágicas?) que en la portada y contraportada del libro nos permiten un vislumbre de su contenido, la imaginación se despierta, las aguas se agitan movidas por oscuros habitantes de las profundidades.
Uno desea adentrarse en las páginas de un libro muy bello, tapas duras, con el tacto de la tela, sí de tela en el lomo, como los libros de antes; y mapas, ilustraciones de islas con nombres e historia, pero sobre todo con sabor a aventura.
Os dejo una imagen con otro de mis libros de viaje preferidos: Crónicas Marcianas de Ray Bradbury. El tampoco estuvo en Marte, pero nos llevó allí con la mente. ¿Acaso la emoción no tiene el mismo valor que viajar físicamente?
Buen viaje…