El lago

Foto de Maksim Romashkin en Pexels

«…Aparece una imagen, ¿un recuerdo, una premonición? Está jugando a la salida del colegio con los demás niños. Ha nevado. Empujan una esfera algodonosa y fría para que ruede. Van a hacer un enorme muñeco blanco. Tiene los dedos como carámbanos, los guantes de lana empapados, el cuerpo caliente y sudoroso, excitado por el juego. No lo acaban porque comienza la batalla con bolas de nieve. Ella está en el bando perdedor. Para dignificar su derrota y mostrar su valor, los vencidos deben caminar sobre el estanque helado hasta la isleta situada en medio. El sol se oculta y vuelven a caer copos blandos y lentos.

“¡Venga gallinas, hasta el centro!”, ordena uno de los vencedores. Y los tres avanzan en silencio, lentamente, apoyando los pies con cuidado, tratando de oír el sonido delator que producen las grietas, la señal de alarma para echarse atrás y salir corriendo. El agua cristalizada refleja la luz de las farolas, del cielo apenas llega claridad. En la isla, los cisnes acurrucados con el cuello entre las alas se protegen del frío y dormitan. La nieve sigue cayendo, plumones suaves y blancos de almohada.

 La superficie nívea cruje cuando dan el octavo paso, a cuatro metros de la orilla; corren, pero acaban hundiéndose. El pequeño lago no es profundo y ellos saben nadar. Lo peor que puede pasar es hundirse bajo la gélida cubierta y que al intentar salir a la superficie no encuentres el agujero.

 “Lola, Lola, vamos, sal…”, oye que la llaman desde la orilla, nota las voces angustiadas. Las niñas lloran, los niños gritan y berrean tanto como sus pulmones les permiten. Le llegan los sonidos lejanos, distorsionados, como las canciones de los vinilos que giran con pocas revoluciones… ”Looolaaaa, Looooolaaa…” Voces de dibujos animados, le da la risa. Siente frío, está aterida, se está congelando, se queda rígida y quieta… Una tibia calidez sustituye la frialdad y un sopor la rodea meciéndola en el olvido».

Antony Hegarty -Anohny- , versionó hace unos años The lake, el poema de Edgard Allan Poe. Una versión conmovedora, muy bella.

Otro lago famoso es sin duda el lago Michigan en Illinois, donde desaparece la pequeña Tally, en el turbador relato clásico El lago de Ray Bradbury.

Los lagos y su aura de misterio, siempre inquietantes, testigos silenciosos, guardianes de secretos, quizás en ello radica el origen de la tristeza y la melancolía que los envuelve.