Hay una estación que sin duda invita al recogimiento y a la lectura, el invierno. Al menos en mi caso, al haber crecido en una zona montañosa de abundantes nevadas y frío. Los días breves, los campos en reposo, el sol lánguido; la imaginación y los sueños muy vivos, florecientes.
“…Si hubiera sido el palacio de Aladino con todas sus maravillas, creo que no me hubiera seducido más la romántica idea de vivir en él. Tenía una puerta bellísima, abierta en un lado, y tenía techo y ventanas pequeñas; pero su mayor encanto consistía en que era un barco de verdad, que no cabía duda que había estado sobre las olas cientos de veces y que no había sido hecho para servir de morada en tierra firme, Eso era lo que más me cautivaba. Hecha para vivir en ella, quizá me hubiera parecido pequeña o incomoda o demasiado aislada; pero no habiendo sido destinada a ese uso, resultaba una morada perfecta..
…Después del té, cuando la puerta estuvo ya cerrada y la habitación confortable (las noches eran frías y brumosas entonces),me pareció que aquel era el retiro más delicioso que la imaginación del hombre podía concebir. Oír el viento sobre el mar, saber que la niebla invadía poco a poco aquella desolada planicie que nos rodeaba, y mirar al fuego, y pensar que en los alrededores no había casa que aquella y que, además, era un barco, me parecía cosa de encantamiento.”
Fragmento: David Copperfield de Charles Dickens