Es común considerar al lector infantil o juvenil como un lector difícil y exigente. Ello viene dado por el hecho de que, si la trama no le atrae inmediatamente y capta su atención, suele dejarlo sin más explicaciones.
Todos hemos disfrutado de jóvenes con las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn. En nuestra mente limpia de impresiones con la lectura nos convertíamos en uno más compartiendo sus andanzas, alegrías y temores. Recuerdo la impresión que producía el indio Joe. Hoy día se considera una obra maestra de la literatura.
Pero hay otro libro: El principito, Le petit prince, que es el libro por excelencia para un público infantil. Recuerdo que a mis hijas cuando eran niñas, les gustaba, les encantaba y se quedaban cautivadas por las aventuras del principito y sus pintorescos amigos. Y sin embargo a mí también me gustaba y suele gustar al lector adulto. Es una poderosa alquimia la que genera el libro en el interior, creo que nos conduce al pasado y nos regresa al futuro de nuevo y en ese viaje aprehendemos sabéres olvidados de cuando éramos niños, la manera de ver el mundo, contactamos con la inocencia y a través de ella vemos con ojos adultos aquello que Antoine de St. Exupéry nos quería mostrar.
Hoy miraba en Wikipedia y leía:
El principito se ha convertido en el libro en francés más leído y más traducido. Así pues, cuenta con traducciones a más de doscientos cincuenta idiomas y dialectos, incluyendo al sistema de lectura braille. La obra también se ha convertido en uno de los libros más vendidos de todos los tiempos, puesto que ha logrado vender más de 140 millones de copias en todo el mundo, con más de un millón de ventas por año.
El principito, un relato considerado como un libro infantil por la forma en la que está escrito, pero en el que se tratan temas profundos como el sentido de la vida, la soledad, la amistad, el amor y la pérdida.