SAVIA ROJA

Lucas examina el archivo grabado. El ordenador  le ha asignado una aplicación válida para poder acceder al contenido. La ejecuta. Se oye un ruido de nieve, espera unos instantes, y  surge del sonido blanco una voz que no está hecha de palabras, un fractal de una foto hecha no de imágenes sino de sensaciones, un collage de recortes emocionales, datos analizados convertidos en evocaciones de músicas que fusionadas han creado un momento temporal único. Lo que Lucas está escuchando es el tono inconfundible de una canción de cuna. La planta está de alguna manera cantando a Midori, para que se tranquilice y sosiegue al haber quedado atrapada su pata, como haría una madre con su hijo.

 ―Hambre―

Cuando los crisantemos comenzaron a abrir sus capullos multicolores, anunciando el invierno, ambos sabían que ninguno de los dos vería una nueva primavera.

 Ya habían caído las primeras y abundantes nevadas, cuando un día Aiko, le dijo:

―Díme que me amas, una vez más, antes de irme.

Él, la miró fijamente a los ojos húmedos. Ella no tuvo necesidad de palabras.

―He dibujado corazones en la nieve con tu nombre dentro, en el jardín y en todos los campos y caminos de Nagano  ―dijo el anciano.

―Yoshimo, mi amante poeta, ven y llévame al paraíso una vez más.

 Era la noche más larga y oscura del año, Okurakami, sobrevolaba el cielo nocturno, de su boca surgían truenos y rayos que desencadenaron la tormenta. La lluvia comenzó a caer con fuerza llevándose con ella el frío, la nieve se deshacía, los corazones que Yoshimo dibujó en ella se fundían liberando su mensaje, transformados en pequeños arroyos cantarines. Y cuando finalmente se detuvo la lluvia, en el silencio aterciopelado de la noche solo se escuchaba el rumor de los riachuelos susurrando: Aishiteru.

  ―Aiko―

En el vórtice del bosque, hay un claro inmenso como un océano en el que por las noches brillan millones de estrellas verdes. La luna, penetra entre las ramas de los árboles y sus rayos dejan manchas de plata en el suelo. Los seres de la noche y árboles negros que habitaban allí después del ataque a Abisal decidieron quedarse a vivir en las ruinas.  Aunque monstruosos en apariencia, no lo son tanto como el corazón de algunos hombres.

 ―Dandelion―

La luz penetra a través de las rendijas de tus parpados cansados y soñolientos. Emerges de las profundas aguas donde se diluyen tus recuerdos, sin ella, tu chica anfibia. Y te sientes vacío y abandonado en las rocas de la escollera de tu mente atormentada, donde se estrellan las olas de su memoria, con la esperanza de verla aparecer entre la espuma, una vez más.

―Betty, la sirena coja―