Colaboración en Masticadores.
La humanidad y las guerras, uña y carne.
Como dice Franco Battiato: «Aquí no se aprende nada, los mismos errores, los mismos horrores de siempre, como siempre…»
«Qui non s’impara niente, gli stessi errori, gli stessi orrori de sempre, come sempre….»
Uno de los momentos más importante de los Juegos Olímpicos, en la Antigua Grecia, se producía al comienzo del festival con la “Hecatombe”, el sacrificio de 100 bueyes en honor a Zeus (hekatom significa 100).
Abominable competición, sin honor. Hacer que canten las espadas y Silben en el aire Entonando una melodía de destrucción. Execrable enaltecimiento, sacralización De la violencia, del dolor, del filo de acero. Charcos de sangre, arroyos rojos Que la tierra no puede absorber Se arrastran por los desagües de La existencia, en un lamento. ¿Dónde está la sensibilidad De los hijos de las flores del cerezo? Tan frágiles, tan bellas, tan delicadas ¿Quién creó los breves poemas que Acarician las almas, los corazones? Los Kami apartan la mirada Avergonzados de la masacre, Del horror, del terror, Del llanto de las mujeres De nada sirvieron sus enseñanzas, La sabiduría milenaria, Los códigos de honor…
Millones, trillones de almas se precipitan por los vórtices del tiempo, girando alrededor de los planetas, aguardando que se abran las puertas de la existencia para nacer, para vivir, para ser y sentir…En el tiempo de los mundos y las galaxias son un instante, en el cómputo de los hombres una eternidad…Cae el nacimiento, gotas de lluvia sobre cuerpos diminutos y frágiles que respiran por primera vez, convirtiéndose en corazones pulsantes que abren los ojos a la vida. Comienza el ritmo del tiempo, del reloj que marca el preciso número de latidos, los necesarios para ser y sentir, emanar nuestro aroma y mostrar al mundo el colorido de nuestros pétalos únicos. Es el momento de dar, sin propósito, por la dicha sin causa. Ojos felices y sonrientes, flores de mil tonalidades y geometrías, inocentes cielos límpidos sin nubes. Incluso aquellos que en el descenso cayeron heridos con las alas rotas, dando vueltas en los remolinos que llevan a la manifestación, perdidos; sus lágrimas convertidas en diamantes de sal, al atravesar la seda azul de la tierra, se transforman en agua dulce vivificante, resplandecientes esferas de luz que fertilizan y nutren los capullos que se abrirán al sol y que encierran el misterio de la belleza aún no manifestada.
Fue hallada entre las rocas de una playa de cielos enfrentados, al relente calmado del suspiro, con las olas rompiendo incesantes en quebradiza armonía. No una gaviota de pico torcido sino un cuervo viejo había decidido cobijarse entre los escuálidos brazos con marcas en declive como recuerdos de algunas historias tristes, y graznó cuando se la llevaron unos hombres creyéndola esbozo de bruma espejada. El cuervo los juzgó sin alma, oficiantes de ceremonias quebradas. La sacaron de las aguas como si fuera un dibujo animado a lápiz.
Un pescador, veterano de aquel y otros oficios donde días y noches se confundían en sangre aguada, la había descubierto en los primeros minutos del amanecer mientras faenaba, los pensamientos dispersos entre las nostalgias de las fotografías que languidecen y el rumiar de su inquebrantable enfermedad. Llamó a la policía y dos agentes la arrancaron entre lamentos de pájaro negro y la risa…
Esta entrada, está dedicada a Joiel, cuya creatividad e imaginación me sorprende y deleita continuamente. Este personaje bien pudiera haberlo creado él.
El Trampero de Vardis Fisher fue llevado al cine en Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), de Sydney Pollack, protagonizada por Robert Redford y con guión de John Millius.
El Trampero (Mountain Man, 1965) narra la vida y aventuras de Samson J. Minard, cazador montaraz que recorre incansable las Montañas Rocosas, su hogar, y cuya filosofía resume el propio Fisher:
«Admiraba el valor sobre todas las demás virtudes; inmediatamente después venía el temple, y el tercero de sus valores era la compasión por los débiles o indefensos». «Sam vivía en un mundo de criaturas salvajes, muchas de las cuales eran asesinas: la comadreja, el armiño, el halcón, el águila, el lobo, el glotón, el puma, el grizzly, el gato montés… un mundo en el que la primera ley de vida era matar o escapar del que mataba».
Vardis Fisher era, y eso se ve al leer esta obra, un amante y conocedor de la naturaleza, de la vida salvaje, de la grandeza de los ilimitados horizontes libres, y las inmensidades de las montañas. Una gran sensibilidad que sabe transmitir en una obra con una gran belleza visual, poética, donde se perciben los sonidos de bosque y se siente el frío morder la carne y llegar con sus colmillos hasta el hueso.
Exquisita la descripción de una nevada:
«Todos revoloteaban, se balanceaban, bajaban y bailoteaban como pájaros enloquecidos por la alegría, pero nunca había visto que dos se tocasen. Se tumbaba en treinta centímetros de blanda nieve recién caída y observaba la miríada de copos hasta que los sentidos le daban vueltas y nunca vio un fallo en la pauta, siempre cambiante e infinitamente compleja. Era como si todos los copos tuviesen ojos. No fue capaz de adivinar dónde iba a caer uno, pues hasta el último instante en que tocaba nieve, tierra o agua, se balanceaba, bailaba y cambiaba su rumbo, pero caía como si hubiese encontrado el punto perfecto e inevitable para su blanda y pequeña carga de agua congelada.»
Si bien la película tiene un componente bucólico, romántico y idealizado de la vida en las montañas, con un protagonista retratado como persona buena y juiciosa. El libro es más crudo y realista, la trama mucho más compleja y dramática dejando entrever más capas del lado sombrío del hombre. Tanto una como el otro no obstante no muestran la auténtica historia, que una vez más confirma la frase: La realidad supera la ficción.
John Jeremiah Garrison Johnston existió realmente, está bastante bien documentada su vida, una vida novelesca en muchísimos aspectos. Mas como todo personaje que se convierte en leyenda, la realidad que conocemos está mezclada con andanzas de otros contemporáneos que vivieron en aquellos lugares y con perfiles similares, recuerdan a los miembros de la banda ZZ Top, que se dedicaban a idénticas labores, trampería, caza, contrabando, búsqueda de oro, comercio legítimo e ilegítimo, explotación maderera,, etc… Se alimenta al personaje real que engorda a través de la ficción y se va remodelando con cada añadido, a través de innumerables gestas que nunca realizó, con trozos y “órganos”de otros, convirtiéndolo en un superhéroe, o un monstruo de Frankestein, en aquellos tiempos convulsos. Informaciones confusas y deliberadamente exageradas que a los ciudadanos de la época les encantaba conocer. Generalmente una prensa muy sensacionalista y fantasiosa era la responsable del origen de muchas proezas que sin poderse verificar pasaron a la historia contemporánea de los EE.UU.
Come hígados Johnston
John Johnston, fue conocido como Johnston Mata Cuervos, o Come hígados Johnston. Se le achacaba la siniestra fama de haber acabado con la vida de trescientos indios Crow y comerse parte del hígado, arrancarles la cabellera, y más… en venganza por la muerte de su esposa e hijo a mano de un grupo de esa tribu. Fama que no iba mal para facilitar la vida en aquel literalmente Salvaje Oeste.
Ni tanto, ni tan poco. He encontrado esta página de J.Caro que ha hecho un trabajo impresionante y meritorio, indispensable (vais a disfrutar), sobre “Jeremías Johnson”
«– ¿Dónde puedo encontrar osos, castores o cualquier animal cuya piel se pueda vender a buen precio? – Cabalgue hacia el oeste a la puesta de sol y tuerza a la izquierda. En las Montañas Rocosas.»
Pobre mundo que ignora su destino, el día de mi muerte. Dos mil millones mueren cuando mi muerte llega. Me llevo a la tumba un continente entero. Son valerosos, inocentes e ignoran que si me hundo ellos me siguen al instante. Así, en la hora de la muerte hay un clamor de Buenos Tiempos mientras, loco egoísta, yo agito la campana del Mal Año. Allende mi tierra hay tierras vastas y brillantes, pero mi mano firme les apaga la luz de un solo gesto. Anulo a Alaska, degüello a Gran Bretaña, pongo en duda al monarca Sol de Francia, con un guiño promuevo la locura de la vieja Madre Rusia, arrojo a China de un acantilado de mármol, derribo a Australia y le planto una lápida, aparto a Japón de un puntapié. ¿Y Grecia? Eliminada. La haré volar y desplomarse, como a la verde Irlanda, convertida en sudoroso sueño mío. Desesperaré a España, fusilaré a los hijos de Goya y daré tormento a los de Suecia, abatiré flores y granjas y ciudades con rifles de crepúsculo. Cuando mi corazón se para, el gran Ra se hunde en el sueño; sepulto las estrellas en el Abismo Cósmico. Por eso escucha, mundo, ya te he avisado. Y teme. El día de mi podredumbre, tu sangre estará muerta. Si te comportas, yo, magnánimo, te dejaré vivir. Pero desvíate y me cobraré. Es la última palabra. Se arrían las banderas. ¿Y si me bajan de un disparo? Mundo: te acabas tú también.
Ray Bradbury – Sobre la creatividad, del libro Zen en el Arte de Escribir
A Ray Bradbury, uno de mis escritores favoritos y fuente de inspiración, le gustaban las buenas historias y también el circo, un universo tan mágico como los mundos donde transcurren sus relatos, todos ellos dentro de su mente. Esta entrada es un pequeño homenaje a su recuerdo.
«Y el barco se está hundiendo, nadie se da cuenta, la tripulación y los pasajeros duermen. Morirán todos, debo despertarlos, golpeo las puertas de los camarotes, nadie responde, el agua me cubre las rodillas. De pronto se oye un rugido estremecedor, por el estrecho pasillo avanza veloz una ola espumeante, cubriéndolo todo, corro, el pánico me empuja, caigo al suelo y noto como el agua me cubre, penetra en mí por nariz y boca, es el final…y despierto sudando en el suelo junto a la cama. ¿Debo volver al sueño para avisar a los tripulantes del peligro que corren? ¿Cómo lo hago? Es “mi sueño”, hecho de mí, desarrollándose en mí, absorbido en mí, pero no tengo ningún poder ni control sobre el mismo, no he elegido ni los acontecimientos ni los personajes…y sin embargo eran muy reales…en el sueño …¿a qué lugar de mí han regresado?…¿cuántos planetas, cuántos mundos existen en esa galaxia?
La muerte camina a nuestro lado, desde siempre. Fingimos no conocerla y giramos la cabeza hacia otro lado rehuyendo el encuentro con sus ojos cuando nos cruzamos con ella.
Sin embargo yo sé su nombre secreto, me lo dijo cuando éramos niños. Y aunque pretendieron que lo olvidase, nunca llegué a hacerlo, era mi amiga. Nombrarla era llamarla, y siempre acudía alegre como un cachorro necesitado de cariño y caricias. También tenía otros muchos nombres, me gustaba Crepúsculo. Me advirtieron que no me acercara a ella, ni la mencionase, pues era malo frecuentar su compañía. No lo creí y aparentemente la relegué al olvido, al ostracismo de la soledad y dejé de jugar con ella. Tenía ocho años.
Antes de partir le hice un dibujo, una flor solitaria contemplando una puesta de sol y puse su nombre en el mismo. Lo introduje en una caja de metal que todavía olía a galletas, a vainilla y chocolate. Le puse también dentro mis guantes de lana azules, mis favoritos, pues siempre tenía frías las blancas manos. Y cavé un agujero bajo su árbol preferido y la enterré allí, rezumando dolor y lágrimas, bajo la verde hojarasca de las ramas, bajo las hojas caídas de la memoria. Y dejamos el pueblo y nos fuimos a vivir a la ciudad.
Volví medio siglo después, para reunirme con ella, tal era mi añoranza. Ni los años ni la distancia borraron su presencia. Es más, la erosión de las edades -escultor prodigioso el tiempo- tallaba en la dura roca sedimentaria de los ayeres eliminando aristas cortantes y vetas de cicatrices minerales en el corazón, desdibujando memorias pasadas cada vez más borrosas y anónimas y con los fragmentos y esquirlas desechadas se construían y definían cada vez más sus facciones, pura magia…me olvidaba de mí y se manifestaba ella, como un ave fénix renaciendo hermosa de entre las llamas.
La caja se había convertido en una herrumbrosa lata llena de agujeros a través de los cuales veía sus ojos tristes y apenados, grandes y limpios. Nunca dejó de ser niña…ni yo tampoco había crecido tanto.
Somos dos cuerpos gemelos, unidos por el hilo invisible de la existencia, una sola alma. Llegamos el mismo día, tenemos el mismo nombre y nos vamos cogidos de la mano, juntos, como siempre lo hemos estado.
«Ya sobre las tumbas no gimen los sauces; la muerte es “la cosecha, la que abre la puerta, la gran reveladora”; lo que está siendo, fue y volverá a ser; en una grave y celeste primavera se confunden las oposiciones y penas aparentes; un hueso es una flor. Se oye de cerca el ruido de los soles que buscan con majestuoso movimiento su puesto definitivo en el espacio; la vida es un himno; la muerte es una forma oculta de la vida; santo es el sudor y el entozoario es santo; los hombres, al pasar, deben besarse en la mejilla; abrácense los vivos en amor inefable; amen la yerba, el animal, el aire, el mar, el dolor, la muerte; el sufrimiento es menos para las almas que el amor posee; la vida no tiene dolores para el que entiende a tiempo su sentido; del mismo germen son la miel, la luz y el beso; ¡en la sombra que esplende en paz como una bóveda maciza de estrellas, levántase con música suavísima, por sobre los mundos dormidos como canes a sus pies, un apacible y enorme árbol de lilas!»
A Eusebio Simplón, «respirar» no era exactamente lo que le disgustaba.
A Eusebio, lo que le molestaba sobremanera, incluso llegaba a odiar, era expulsar el aire, la espiración. Se negaba con vehemencia, no quería, aunque se le inflasen los mofletes con riesgo de estallar, se le enrojeciera la cara hasta parecer un tomate y los ojos amenazaran con salirse de las órbitas. En cambio, tomar aire, la inspiración le encantaba, le hacía sentirse feliz.
Inevitable elección que la mente no determina y el cuerpo decide, vivir es la opción. Para saber lo que es peor o mejor, para conocer lo que nos conviene no tenemos tino, afortunadamente el devenir ya está escrito y enrollado en un pergamino.
«¡Qué mala suerte! ¿Por qué tenía que pasarme esto? No me lo merezco. La vida me trata injustamente. Tengo la esperanza de que las cosas cambien —y supuestamente vayan a mejor—…».
La esperanza son fuegos de artificio en una noche sin luna. Las heridas y las satisfacciones que nos ha dejado la vida son justamente las que hemos necesitado para vivir y llegar a ser lo que somos. Solo podemos ser la manifestación de nosotros mismos, hablar desde nuestra propia experiencia y cicatrices. No nos sirve copiar o repetir lo que dijeron otros, no nos alimenta lo que digieren estómagos de otras gentes sino lo que mastican nuestras bocas. Somos inimitables e insustituibles, una expresión única, seamos un árbol en la cima de un monte o una flor de un cactus solitario en un desierto. Nuestra vida es nuestro destino, es una misma cosa, las páginas escritas de un libro cerrado que cada uno lee a su ritmo.
Aparentemente todos los días son iguales, en realidad cada día es único, un pequeño prodigio de la vida, una grandiosa creación. La mayoría de la gente asocia lo que llaman el Big Bang, con un acontecimiento espectacular, ocurrido hace millones de años, en el que intervinieron los grandes protagonistas del cosmos: galaxias, nebulosas, planetas, estrellas, gases, espacio…y sin embargo ¿quién puede negar que el Big Bang no es un acontecimiento que ocurrió una sola vez? sino que es un proceso continuo, nunca interrumpido, creación y destrucción, el día y la noche, la vigilia y el sueño, inspiro, espiro…el latido del mundo es Big Bang y resuena en todo lo que experimentamos a todos los niveles, ya que somos el contenedor y el contenido, el corazón y el palpitar, el espacio donde todo tiene lugar.
El mosquito que vive dos días también experimenta el Big Bang. De igual manera, cada una de nuestras células se manifiesta, expande, crece, se contrae y desaparece. La manzana ya está en el manzano aún antes de que salga la flor, esta sea polinizada y aparezca el fruto. En la semilla del interior de la manzana, millones de células y procesos están dando forma a nuevos universos, a nuevos árboles que al igual que un fractal generaran nuevas cosechas de manzanas, y estas de semillas, y así infinitamente. Esperan para nacer, manifestarse y ser, pero de alguna manera ya están ahí, desde hace muchísimo tiempo, nunca han dejado de estar. Algunos lo llaman Eternidad.
Nuestra existencia es conciencia de cada instante, de lo que este nos trae. No hay más que este momento,, y no hay necesidad de elegir una parte. Todo cuanto acontece, sentimos y pensamos, todo está siendo sin nuestra intervención. Los objetos, todas las personas, todo, absolutamente todo, ten la certeza, es el regalo que hemos recibido: aquello que somos.
Algunos comparan el conocimiento, la mente humana, con el océano, por su ilimitada inmensidad y por sus profundidades desconocidas…paradójicamente, se llega a la conclusión de que «cuanto más sabemos más nos falta por saber» o como dijo aquel otro sabio: «Solo sé que no sé nada».
Aquello que más anhela la humanidad es ser felices. Cada uno tiene su propio concepto de felicidad condicionado la mayoría de las veces a la obtención de algo, un objeto que percibimos como exterior a nosotros, ya sea material, mental o emocional.
Y vamos al océano a coger el agua que nos dará la felicidad, cada uno lleva su recipiente, unos más grandes, otros más pequeños…Al mar no le podemos decir que es tacaño si no podemos tomar más agua, él está enteramente disponible y nos da todo lo que podamos llevarnos. Depende únicamente de nosotros y de nuestro contenedor la cantidad de mar que podamos recoger. Algunos acuden con camiones cisternas, otros con vasos, cubos, y todo tipo de utensilios…..Y se van con lo recogido y vuelven una y otra vez por más…y acumulan el agua en enormes estanques o piscinas que el sol evapora. Su vida es una constante preocupación e infelicidad. Paradoja. Sin embargo no todos llevan recipientes, hay quien llega a orillas del mar y no toma nada, sino que se sumerge en el agua, chapotea, juega, se baña, disfruta y deviene uno con el océano.
Otro sabio dijo: Más vale una cucharadita de felicidad que un mar de sabiduría.
Acudo a ti Neptuno, señor de los mares y del reino sumergido, con una súplica:
Condúceme junto a ella, mi amada sirena, una vez más.
Nos encontramos una tarde soleada de verano, en la playa del océano de la existencia. Anclamos el navío del destino en la orilla de tu mar en calma y caminamos por las arenas detenidas del tiempo, sintiendo las caricias de las suaves ondas de cristal sobre los pies cansados del largo viaje.
Breves fueron los momentos junto a ella, los gránulos dorados de los minutos volvieron a caer sobre las huellas de nuestros pasos en la blanda arena de la memoria, hasta cubrirlos y hacerlos desaparecer en la playa desértica y árida del olvido. Cuando la mente sufre pérdidas quedan los recuerdos, eternos, esculpidos en el corazón.
Recuerdo y no olvido que nunca fuimos amantes, aunque nunca dejamos de amarnos. Era una certeza y una paradoja. Rememoro un pasado que no ha tenido presente. No habían tenido tiempo apenas de conocerse nuestros cuerpos sedientos, aunque los sentidos todo lo sabían para calmar la sed. Nuestras manos intuían y los dedos adivinaban secretos y caricias apasionadas que abrían puertas ocultas al amor. En nuestro pecho estaba el refugio, el fuego y la esperanza, la perla que se estaba formando en la ostra, el sol y el agua, tierra y semilla. Latía el corazón impulsando a las flores que esperaban para nacer bajo tierra y cuyo aroma ya impregnaba el aire, como una promesa de felicidad.
Mas el destino fue cruel, y fugaz e incomprensible. Se agitaron tempestuosas las aguas del mar de la vida dejándonos la miel en los labios, sin poder saborear el néctar del encuentro. No te culpo Neptuno, sé que tu ira no era hacia nosotros, simplemente te divertías, pero nos alcanzó la tormenta. Vi a los impetuosos caballos azules que arrastraban tu carroza, y la furia de su galope hacía rugir las olas y de sus ondulantes crines de espuma blanca saltaban burbujas de plata relucientes, las ruedas trazaban estelas que se elevaban convertidas en murallas de agua y sal. Tú reías a carcajadas, los truenos eran tu voz, con el pelo empapado y tus barbas agitadas por el viento. Los rayos surgían de tu tridente con cada sacudida de tu brazo. La lluvia era una cortina de cristal impenetrable.
Cuando todo hubo pasado y las aguas se calmaron, ella ya no estaba junto a mí. Y desde entonces la busco…y no la encuentro.
Mi navío es ahora un barco fantasma que navega sin detenerse nunca. No tiene puerto ni isla donde varar sino es en ella. Las velas están tejidas con los hilos del tiempo y los colores de la nostalgia. La proa se llama esperanza, la popa desesperación, ambas aumentan con cada puesta de sol que se oculta bajo el horizonte.
Ayúdame a encontrarla de nuevo…
Ella es una hija de tu reino marino sumergido, de agua y sal son tus olas, igual que mi llanto. Lágrimas de nácar, corazón de coral, sangre en las venas, da igual, somos hijos de la misma tristeza.
Veo nuestros cuerpos separados, danzan tristes canciones en playas solitarias, y mi corazón emite su canto, un lamento de su ausencia, una llamada silenciosa a través de las edades de la vida y los mares grises. Mi alma con las manos tendidas la busca navegando entre las brumas y claroscuros de tu reino acuático.
En el próximo libro, Savia Roja, la imagen de la portada y tapa posterior surgirá de esta foto de Anni Roenkae. En la contracubierta irá además un fragmento de alguno de los relatos incluídos, como pueden ser estos:
Cuando los crisantemos comenzaron a abrir sus capullos multicolores, anunciando el invierno, ambos sabían que ninguno de los dos vería una nueva primavera. Ya habían caído las primeras y abundantes nevadas, cuando un día Aiko, le dijo: ―Díme que me amas, una vez más, antes de irme. Él, la miró fijamente a los ojos húmedos. Ella no tuvo necesidad de palabras. ―He dibujado corazones en la nieve con tu nombre dentro, en el jardín y en todos los campos y caminos de Nagano ―dijo el anciano. ―Yoshimo, mi amante poeta, ven y llévame al paraíso una vez más. Era la noche más larga y oscura del año, Okurakami, sobrevolaba el cielo nocturno, de su boca surgían truenos y rayos que desencadenaron la tormenta. La lluvia comenzó a caer con fuerza llevándose con ella el frío, la nieve se deshacía, los corazones que Yoshimo dibujó en ella se fundían liberando su mensaje, transformados en pequeños arroyos cantarines. Y cuando finalmente se detuvo la lluvia, en el silencio aterciopelado de la noche solo se escuchaba el rumor de los riachuelos susurrando: Aishiteru. ―Aiko―
Los huesos nunca mueren, al igual que las estrellas, los minerales que los componen continúan actuando como mensajeros del espíritu que partió, en contacto con el clan. Pero, hay otro proceso, la parte orgánica del hueso se convierte en vegetal, nutrirá a los hombres después de haberlos amado a través de la fertilidad en las cosechas. Carne y hueso se convierten en madera al morir. Los troncos de los árboles traen las voces de los huesos que viven entre las rocas de la tierra, las ramas y las hojas transforman las voces en flores y semillas que transporta el viento, las aves y los insectos. Cada vez que te detienes a contemplar la belleza de una flor, o disfrutas de la sutileza del perfume de sus pétalos, alguien te está diciendo «te amo». ―Dandelion―
En el vórtice del bosque hay un claro inmenso como un océano, en el que por las noches brillan millones de estrellas verdes. La luna, penetra entre las ramas de los árboles y sus rayos dejan manchas de plata en el suelo. Los seres de la noche y árboles negros que habitaban allí después del ataque a Abisal decidieron quedarse a vivir en las ruinas. Aunque monstruosos en apariencia, no lo son tanto como el corazón de algunos hombres. ―Dandelion―
La luz penetra a través de las rendijas de tus parpados cansados y soñolientos. Emerges de las profundas aguas donde se diluyen tus recuerdos, sin ella, tu chica anfibia. Y te sientes vacío y abandonado en las rocas de la escollera de tu mente atormentada, donde se estrellan las olas de su memoria, con la esperanza de verla aparecer entre la espuma, una vez más. ―Betty, la sirena coja―
Lucas examina el archivo grabado. El ordenador le ha asignado una aplicación válida para poder acceder al contenido. La ejecuta. Se oye un ruido de nieve, espera unos instantes, y surge del sonido blanco una voz que no está hecha de palabras, un fractal de una foto hecha no de imágenes sino de sensaciones, un collage de recortes emocionales, datos analizados convertidos en evocaciones de músicas que fusionadas han creado un momento temporal único. Lo que Lucas está escuchando es el tono inconfundible de una canción de cuna. La planta está de alguna manera cantando a Midori, para que se tranquilice y sosiegue al haber quedado atrapada su pata, como haría una madre con su hijo. ―Hambre―