Misterios del Amor

Los viejos dioses de la mitología griega perviven y malviven en nuestros tiempos mezclados con las tecnologías modernas que han usurpado sus funciones, sumiéndolos en una apatía eterna. «Eterna» porque siendo seres divinos no pueden morir, pero si caer enfermos del hastío y la depresión…sucumbieron los templos, su morada, donde eran venerados con ofrendas y sacrificios, donde bellas sacerdotisas los atendían y mantenían encendido el fuego sagrado.  Ahora los santuarios son ruinas, bloques caídos de piedras reumáticas que exhalan humedad y  un olor rancio  a orín y  tiempo caducado.

Guasap, faisbouk, islagram, tiquitoc, amaton, yotuve…son los nuevos dioses, mensajeros complacientes y veloces cumplidores de los deseos de la humanidad. Emojis, caritas, pulgares, me gusta…todo se reduce a apretar un botón para expresar una emoción. Atrás quedaron la espera, los juegos preliminares y el ardor del fuego que cocina lentamente las pasiones.

Pero se avecina una revolución, un motín en un día señalado….ahora lo llaman San Valentín. Antes era el día de Cupido y sus arqueros… como llamaban los romanos a nuestro Eros.

Ha sido él, el paladín del amor, el que ha decidido volver a los métodos antiguos y recuperar la tradición y realizar un buen trabajo de artesanía, como los de antaño, con arco, flecha y mucha puntería. Pues aunque un rasguño es suficiente, una flecha de oro en el corazón enciende fuegos tan ardientes y llamas tan altas que al propio Vulcano espantan.

Y Eros ha buscado a sus antiguos servidores. Hermes el mensajero le dijo: «los encontrarás en los bares». Siguió el consejo y le costó reconocerlos pues eran niños y esbeltos jóvenes alados cuando él les indicaba la diana que las flechas debían atinar. Mas ahora las canas y  largas barbas ocultan su secreta identidad y lo peor, las prominentes barrigas le hacen dudar sobre si podrán cumplir con su labor. Los observa, mira en lo que se han convertido sus cuerpos  y mira dentro, sus espíritus no han envejecido, siguen siendo curanderos de amores en bares, consejeros de almas en penas y de corazones destrozados que buscan alivio en sus revelaciones. Y sus palabras de consuelo son flechas con la punta de plomo, aquellas que traen la paz del olvido y cierran las heridas del amor no siempre correspondido.

El amor es nuestro trabajo desde tiempos distantes, no es solo una palabra o un corazón rojo en una pantalla, es algo más importante, te toma de improviso y te convierte en amante. Amante no es un trabajo, ni una dedicación. Es una consumación, una sublimación de los granos de arena bajo las llamas convertidos en lava fundida que el artesano sopla y convierte en un corazón de cristal. Más no hay que confundirlo con un corazón hueco,  es el contrario, un corazón lleno de las llamas invisibles y ardientes de la pasión. Y como dijo el sabio: «Solo pueden ver la llama ardiente aquellos que ya la llevan encendida dentro».

Nihil sub sole novum, dijo el sabio Salomón. Nada nuevo bajo el sol.  Todo está aquí, desde siempre.

Existe una lengua, la finesa, que recoge y ha listado 40 palabras distintas para nombrar a la nieve en sus diversos estados. Lo cual habla de una sensibilidad y observación del entorno remarcable.y de una realidad que está ahí.

Eros, el Amor, en según que cultura y entorno son dos cosas distintas y en ocasiones opuestas. Todo se reduce a interpretaciones sin fundamento, dogmáticas y obviamente manipuladoras. No todo son ideas y pensamientos, hay además biología, sentimientos…y misterios, como dice la canción de Julee Cruise.

Diferentes aspectos de Eros, según la mitología griega-romana y Wikipedia. Ellos sí que sabían apreciar la riqueza del lenguaje y los matices de la existencia…entre el blanco y el negro hay un universo de grises.

Afrodita es en la mitología griega, la diosa de la belleza, la sensualidad y el amor. Su equivalente romano es Venus. Aunque a menudo se alude a ella en la cultura moderna como «la diosa del amor», es importante señalar que antiguamente no se refería al amor en el sentido romántico sino erótico.

Eros es el dios responsable de la atracción sexual, el amor. Cupido, es su equivalente romano. Cupidus:  Deseoso, ansioso, apasionado, el que ama y desea con pasión.

Anteros  era el dios del amor correspondido y vengador del amor no correspondido

Hímero «deseo incontrolable» era el dios del deseo sexual y del amor no correspondido.

Himeneo era el dios de las ceremonias del matrimonio.

Hermafrodito era el dios del matrimonio heterosexual, hijo de Hermes y Afrodita (de los cuales recibió su nombre). El mito representa la unión inseparable entre hombre y mujer

Peito diosa de la seducción y el cortejo.

Potos era el dios del deseo, el anhelo o la nostalgia amorosa.

Hedoné hija de Eros y Psique, cuyo nombre significa ‘placer’. En la mitología romana era conocida como Voluptas. La voluptuosidad es la incitación o satisfacción de los placeres de los sentidos -placer sensual-, especialmente el sexual.

Las Tres Gracias provienen de la antigüedad grecolatina: sus nombres en Grecia eran Aglaya (Belleza), Eufrósine (Júbilo) y Talia (Abundancia), identificadas como Cástitas (Castidad), Voluptas (Voluptuosidad) y Pulchritudo (Belleza) en la mitología romana. En su representación plástica se las identifica como acompañantes de Venus, y entonces, como cualidades del Amor. De esta forma, aparecen como tres desnudos femeninos, dado que Venus o Afrodita es la diosa del amor y del sexo, y uno de sus atributos para reconocerla es la desnudez.

Cupido y las Tres Gracias – Rafael

Betty, la sirena coja

Foto de Roberto Nickson para: https://www.pexels.com

La luz penetra a través de las rendijas

De tus parpados cansados y soñolientos,

Emerges de las profundas aguas 

Donde se diluyen tus recuerdos, 

Sin ella, tu chica anfibia.

Y te sientes vacío y abandonado 

En las rocas de la escollera

De tu mente atormentada, 

Donde se estrellan 

Las olas de su memoria

Con la esperanza de verla aparecer entre la espuma

Una vez más.

Pero tu amada anfibia se fue mar adentro, 

Una tarde de verano, dejando las sandalias en la playa

Y una nota escrita de su mano bajo la toalla.

«Ningún hombre me ha amado como tú, 

Volveré a nacer para poderte besar una vez más».

Cada palabra del mensaje

fue un río de lágrimas en tus ojos 

Que desembocaron en un mar de desolación y pena.

«¡Vamos Ulises! Los héroes no lloran. 

La casa te invita a otro whisky,

Lo mejor para olvidar».

Dice el camarero.

«Cuéntanos la historia de tu chica, una vez más».

Dice un ebrio con voz pastosa.

«¡Qué tonto, qué ciego!

Confundir a Betty la  camarera, 

Con su prótesis de madera, coja y canosa

Con una hermosa sirena 

Con cuerpo de diosa  y cola de delfín».

Se burla un borracho.

Otro añade:

«¡Vaya par de patas para un banco!»

Y las risas se elevan en el aire, 

Graznidos de estúpidas gaviotas,

Aves carroñeras que se alimentan de jirones de carne, 

De tripulantes de barcos naufragados y de 

Despojos de vidas desechas que van a la deriva.

Pero tú Ulises no los escuchas, no entienden,

No han visto nunca una sirena, 

Solo han visto a Betty, la camarera mutilada, 

Nunca a una mujer, ni a tu bella ninfa, 

En su trono de coral rojo sentada, 

Reina de tu mar en calma. 

Y les hablas de ella, y recuerdas como la querías, 

¡Cuéntales Ulises! 

….

«Su mirada se perdía en la frontera infinita del horizonte

Contemplando el azul del mar 

Y el misterio de sus profundidades, 

Que se reflejaba en sus  ojos turquesa, 

Cambiantes como las mareas. 

De cómo el sabor a sal perdura

en la memoria de mis labios,

Cuando besaba  su piel desnuda

El aroma de su cuerpo era de fruta madura y vainilla, 

El tacto y el color de la piel

recordaba al rosado melocotón.

Sus labios sabían a miel.

Dulces eran las horas pasadas junto a ella 

Y las más hermosas.

No  importaba que también  me faltase una pierna,

La inédita historia de dos cojos enamorados.

Y me cantaba al oído en un lenguaje submarino,

Hecho de burbujas y destellos de luz.

Su voz no era lo que cuentan las leyendas ni los mitos,

Los cantos de las sirenas

No estrellan navíos  contra los arrecifes,

Ni envían tripulaciones al reino de Poseidón,

Alivian las almas del peso  de eslabones  y cadenas.

Tal era el prodigio que producían sus canciones.

Betty se llamaba mi amada anfibia. 

Y sé que vuestras cabezas creen que os miento,

Que todo es imaginación  de escritor 

Que vive del cuento.

Pero veo que calláis y los ojos os brillan,

Chiquititos como estrellas solitarias en la noche. 

El corazón se os ha entibiado dejando ir las penas, 

Y os ha revelado el secreto de mi sirena,

Y añoraréis su ausencia como yo,

Y esperaréis en el puerto su regreso,

Entre los escollos espumosos os parecerá ver su cola

 Y en la brisa creeréis oír su canto.

Mas todo será en vano, las olas me han traído su mensaje,

Me esperará en la playa, la próxima luna llena

Y emprenderemos un viaje».

Y Ulises tenía razón, 

Las mentes de los hombres no lo creyeron

Pero sus corazones envidiaron su destino.

 Al amanecer de la primera noche de plenilunio

 Encontraron su ropa junto a la pata de palo en la playa.

 En la arena aún podían verse las huellas

 De un par de pies caminando hacia el devenir.

Nomeolvides

Este es un fragmento de un cuento que en breve espero concluir. Dedicado a todas y a todos los que aman las flores y sus secretos.

Nomeolvides – Foto de Skyler Ewing: https://www.pexels.com/

«… los huesos nunca mueren, al igual que las estrellas, los minerales que los componen continúan actuando como mensajeros del espíritu que partió, en contacto con el clan. Pero, hay otro proceso, la parte orgánica del hueso se convierte en vegetal, nutrirá a los hombres después de haberlos amado a través de la fertilidad en las cosechas. Carne y hueso se convierten en madera al morir. Los troncos de los árboles traen las voces de los huesos que viven entre las rocas de la tierra, las ramas y las hojas transforman  las voces en flores y semillas que transporta el viento, las aves y los insectos. Cada vez que te detienes a contemplar la belleza de una flor, o disfrutas de la sutileza del perfume de sus pétalos,  alguien te está diciendo «te quiero».

Fragmento de Dandelion. (Próximamente)

Kimono gatuno

Esta imagen es la parte posterior de un kimono, desde la nuca al tobillo. No es el diseño tradicional, este es atrevido y a la vez simpático. Según me comentaron, hace ya unos años, era de unos diseñadores españoles. No sé nada más. Hoy surgieron unas líneas, estilo haiku.

Siesta perdida

Ikki corre tras el gato

Maullando los dos

Noche de estío

Feliz juega el gato

Placer y dolor

Puerta abierta

Gato curioso rasca

Juguete nuevo

Imágenes gato Maneki Neko: Foto de Miguel Á. Padriñán: https://www.pexels.com/es-es/foto/foto-de-la-figura-maneki-neko-932263/

¿Amor imposible?

….

―Soy su cuidador preferido, me adora ―fueron sus palabras.

Tenía razón, el lenguaje corporal era tan expresivo que no había lugar a dudas. Se atraían mutuamente, saltaba a la vista. Recuerdo que un atardecer, al acabar la jornada, me acerqué para despedirme, sabedor de dónde buscarlo, y los encontré cogidos de la mano. Al oír mis pasos, se sobresaltaron e interrumpieron el contacto.

―No hacemos nada malo ―dijo con un tono entre ofendido y avergonzado, como un adolescente pillado “in fraganti”.

 ―No te estoy acusando de nada, no te preocupes, solo venía a saludar ―le respondí, sin haber asimilado aún lo que acababa de ver. No era el hecho de cogerse las manos, cosa habitual entre primates y sus cuidadores, sino que Pedro había sonrojado visiblemente y ella bajó la cabeza sin mirarme.

 A raíz de mi insistencia sobre la necesidad de tomarse un descanso en el trabajo, de desconectar para restablecer su salud emocional, notoriamente afectada, me dijo:

―Los sentidos en general y los sentimientos en particular, así como el deseo, son más antiguos que la inteligencia. Son la fuerza de la vida en estado puro y primigenio, antes de la paralización del conocimiento, propio de los hombres, de lo que su mente considera y cree correcto y verdadero. Estoy dejando de juzgar lo correcto e incorrecto, lo moral o inmoral en mi actitud. Simplemente estoy aprendiendo a vivir en un mundo anterior a todo lo concebido por la mente humana. Yo diría que el paraíso, antes de que los hombres y sus dioses diferenciasen entre el bien y el mal. Makiki y los suyos nunca salieron de él. ¿Entiendes?

Después de aquella conversación, que me dejó mudo, cavilando en silencio, sobre los misterios que encierra la vida y la mente, no volví a hablar con él, ni lo vi de nuevo hasta el día que lo encontré muerto.

Lo saqué de la jaula y coloqué su cuerpo al lado de la escalera fingiendo una caída fortuita. Quería saber la verdad de lo ocurrido pese a la tristeza que me inundaba y, para ello, debía protegerla. Intuía que ella tenía la respuesta. Las gotas de lluvia arreciaron, las nubes parturientas abrieron su vientre dando paso al diluvio anunciado. Los relámpagos iluminaban la escena dibujando mi sombra erguida en el suelo junto a su cuerpo roto. Los truenos ahogaban mi llanto y las lágrimas se fundieron con la lluvia. Un lamentable accidente, fractura de cuello al caer, certificaron las autoridades. Nadie sospechó lo ocurrido.

Dos días después recogía sus papeles y objetos personales de su mesa de trabajo. Encontré la libreta roja… La ojeé por encima. Era un diario de campo sobre sus experiencias con Makiki. Anotaciones, datos temporales, nutricionales, los progresos realizados, etc. Había escrito mucho, pero solo en las dos últimas páginas, había unas frases sueltas que salían de lo estrictamente profesional. Nunca las olvidé:

“…es un amor demasiado perfecto, pero irrealizable para unos cuerpos que se rebelan a la posibilidad del mismo. Los condicionamientos de una y otra especie nos separan.

…atravesando la barrera insalvable de ser especies diferentes, burlando la genética, los cromosomas, las leyes de Darwin, todo lo conocido… más allá de las formas corporales y las diferencias, una misma y única realidad… paraíso perdido.”

Una semana después del entierro, me encontraba frente a la jaula de Makiki.

Iba languideciendo lentamente, no comía ni respondía a ningún tratamiento. Decían los etólogos que sufría una depresión severa debida a una inadaptación a la vida en cautividad. Apenas se percibía el aroma de las madreselvas; el olor acre a pena y desesperación se respiraban en su lugar hasta hacerse lacerantes. Había acudido acompañado de un instructor de una fundación benéfica para sordomudos.

―¿Qué ha pasado, Makiki? ―fue mi pregunta que el intérprete tradujo mediante gestos hábiles de sus manos.

Una chispita ardió en aquellos ojos apagados al reconocerme. Incorporándose, sentada contra la pared, movió sus dedos de manera lenta pero precisa. El intérprete traducía, mientras la estupefacción dibujaba en su cara extrañas muecas, fascinado ante el mensaje codificado que pasaba por los dedos de la gorila, y dijo:

―Mucho daño.

―¿Por eso lo mataste? ―le pregunté.

El traductor enrojeció ostensiblemente, unas gotas de sudor descendían a lo largo de su cara. No levantaba la vista más que lo imprescindible. Tradujo la pregunta y la respuesta de ella fue:

― Él, pedir. No daño, querer.

―Lo que me faltaba ―grité, mientras golpeaba en un gesto de impotencia y rabia los ásperos y fríos barrotes de la jaula―. Debí haberlo visto antes.

El intérprete dio un respingo, pero ella ni se inmutó. Comprendí la verdad al sumergirme en las profundidades de aquellos ojos que me miraban, cielos nocturnos donde una alegría extraña palpitaba. Luego, reclinándose y encogiéndose sobre sí misma, cerró los ojos.

Makiki murió aquella misma noche.

From pexels by the world hopper

El fragmento, es de uno de mis primeros relatos: Makiki. Triste, tierno, trágico, transgresor, pero solo «un petit peu».

La deva

—No, no me he equivocado de lugar y de hecho quiero tatuarme esa bailarina—Y señala con el dedo el libro del aparador.

—Aeshma Deva —susurra el anciano, como si tuviese miedo de pronunciar su nombre en voz alta—. Este tatuaje no es muy indicado, es una Deva, no trae buena suerte dibujarse una diosa en la piel. Ese libro no es un catálogo, sino un libro avéstico, religioso. Tengo otras, muy bellas danzantes, en el muestrario de donde podrá elegir —insiste apremiante el buen hombre.

—No, quiero precisamente esa.

—Pero señor… es por su bien —insiste el anciano.

Foto de Jo Kassis en Pexels

Se la tatúa en el vientre, así con los movimientos del abdomen daba la sensación de bailar alegremente. Aeshma, a media noche, forma parte de él y está muy contento de su nueva compañera. El dolor le recuerda su presencia bajo la ropa. Se siente confortado pese a ello, y su propósito de buscar compañía en una profesional se desvanece con cada paso que da hacia su casa.

No siente deseos de cenar, le duele la herida y se acuesta tras tomarse un analgésico.

Aquella noche sueña con agua, profundidades marinas donde la oscuridad reina. Solo pequeños puntos de luz estremeciéndose en la lejanía. Es como mirar el cielo, ver las distintas estrellas y el latir de los planetas. Una de aquellas luces pulsantes, una púrpura, brilla con más intensidad. Al fijarse en ella, deja de palpitar y de pronto comienza a acercarse velozmente. A medida que se aproxima ve que la luz se divide en dos. Parpadea tratando de enfocar mejor y se encuentra, ante su cara, con aquellas pupilas rojas que lo miran fijamente, sin pestañear. No hay ninguna amabilidad ni humanidad en ellas. Una mueca en aquella cara parece querer dibujar una sonrisa aunque solo consigue mostrar unos dientes afiladísimos.

Siente agujas que se clavan en su vientre y despierta bañado en sudor. Le arde la herida tatuada. Piensa que se habrá infectado un poco y medio dormido busca algodón y un poco de yodo para limpiarla.

Despierta a la mañana siguiente con el algodón aún en la mano, apoyada sobre el vientre. Rememora que le había dolido la herida y que la limpió, pero ya no recuerda nada más. Se debió quedar profundamente dormido. Se incorpora sobre sí y mira el tatuaje. Parece estar bien, pero ve que han desaparecido dos de los velos de la danzarina. Solo tiene cinco. Seguramente aquel anciano lo engañó y dos de los velos simplemente los pintó para ganar tiempo y ahorrarse el trabajo del punzado. Trata de comprobar que no lo ha timado frotando con el algodón humedecido en colonia, pero el dolor de la irritación le hace desistir del empeño. Se está haciendo tarde para el trabajo.

El día transcurre plácidamente, acaricia ver cumplido su pequeño deseo al finalizar la jornada. Cuando por la noche llega a casa, cena rápidamente. Luego busca entre las estanterías llenas de discos y finalmente encuentra uno de música turca, derviches giróvagos. El ritmo sugestivo llena el aire y se quita la camisa. Frente al espejo del armario, contempla a la bailarina. Ella parece mirarle invitadora, insinuante. El hombre contrae los abdominales lentamente y envía desde ese epicentro una onda a su blanda barriga que agita a Aeshma dando la sensación de danzar. Repite el movimiento y ella se agita nuevamente y Mauricio ya no puede detenerse. Su cuerpo, su vientre se mueven, hacia dentro y hacia fuera, en movimientos ondulantes y repetitivos. La bailarina, incansable, sigue la cadencia. El sudor recorre su cuerpo en hilillos, sus cabellos pegados a la frente, su vientre brillante y húmedo. Ella parece sonreír satisfecha cuando por fin el hombre se detiene. Al tumbarse sobre la cama, los latidos de su corazón resuenan en su pecho y en sus oídos aplacando todo sonido; solo escucha el bombeo de la sangre, el ritmo de la vida. Un eco le responde desde las profundidades de su abdomen, pero no lo oye.

Al despertar, recuerda que nunca había sentido correr la energía por sus venas con la intensidad de ayer. Por eso, las horas de trabajo se le hacen eternas en tanto no llega la noche, su oasis, su harem, donde Aeshma, su princesa, baila para él.

Es su tercera noche juntos. Antes de acostarse, prepara de nuevo la música. Ha comprado un disco de melodías egipcias utilizadas para el baile del vientre. Ahora es una danza popular y conocida. Ha leído algo sobre el tema, estimula en la mujer los aspectos más secretos, más femeninos. Dicen que antes la mujer era el espacio, la matriz del mundo y los hombres una simple estrella. Luego cambiaron los tiempos y ellos tomaron el poder y las sometieron temerosos de su energía creadora y sustentadora de la vida.

Con las primeras notas se desviste hasta quedarse únicamente con el slip, para así poder contemplar mejor a la bailarina. Comienza la percusión rítmica. Una solista acompaña a los músicos y siente que es ella la que canta, incitándolo. El ritmo acude a su barriga de nuevo. Aeshma inicia los movimientos de sus caderas ondulantes, dibujando el infinito en un movimiento muy sensual. A su pelvis le siguen sus brazos, sus manos y todo su cuerpo, y sonríe tentadora mientras acelera el compás. Mauricio solo la ve a ella. No ve el espejo, ni su cuerpo agitándose, replicando con cada gesto de su barriga, de sus piernas y de sus brazos, a los que ella hace. Un espectador ajeno no sabría distinguir quién mueve a quién, quién es la realidad, quién es la sombra. Siente el solitario danzante que con cada movimiento de pelvis algo despierta en sus entrañas. En las profundidades de su sexo, una serpiente de fuego se desenrosca y se alza empujando a la manifestación de su poder…

Q.M. – Fragmento de: Tatuaje

Dolores

Dolores Malsino gira la silla de ruedas hacia el crepúsculo, con el cuerpo dolorido y roto bajo una bata liviana y raída, casi transparente. La gradación de nubes turbias, sanguinolentas y doradas, de tonos velados que se metamorfosean en grises y se hunden en el poniente, es un déjà vu demasiado familiar. Lo ha contemplado otras veces, en la blanca porcelana del lavabo, mientras trataba de cerrar las heridas, u observando en el agua los dibujos y espirales que diseñaba la sangre junto al desinfectante de yodo. Mundos de hipnótica y sobrecogedora belleza. El azar determinaba el lugar: boca, ojos, nariz; el premio siempre para ella. Toda la fortuna que esperaba, su consuelo último, era que las señales no dejasen marcas que el maquillaje y las gafas de sol no pudiesen ocultar.

 Demasiadas caídas fortuitas y accidentes caseros, demasiada vergüenza en el banco, atendiendo a los clientes; a sus espaldas no cesaban los cuchicheos y las miradas de reojo. Hasta que su dignidad gritó ¡basta!, lo denunció y solicitó el divorcio. Eso desencadenó su furia por última vez.

La herida en el pómulo que le causó la hebilla se infectó y fue extendiéndose a la cabeza. Con el tiempo, se ha formado un absceso en la sien izquierda, del tamaño de una pelota de golf, que le presiona el cerebro. Una enorme bola de pus y desechos orgánicos que los médicos intentan combatir con nuevos y potentes antibióticos, mientras la infección destruye neuronas, suprime funciones y habilidades. La vista del “satélite TAC” es una gran esfera oscura sin vida, una laguna muerta. Un reset, un borrado de datos, de efectos imprevisibles, pero de síntomas evidentes y alarmantes: babea, no puede coordinar el habla, la boca entreabierta no responde, como si un dentista loco le hubiese inyectado una sobredosis de anestesia. Está confusa, con vértigos. La gravedad la atrae irresistiblemente hacia la derecha, arrastrando su cuerpo cuando está de pie. Los vómitos, escalofríos y la visión nebulosa no ayudan a mejorar su estado. Está jodida.

 Una lágrima se desliza por su mejilla, mientras piensa: «Ahora que he tomado la decisión, tal vez sea demasiado tarde».

 Dirige su mirada a los álamos y arces que rodean el recinto hospitalario; se agitan movidos por el viento; las hojas, miles de ellas, parecen llamarla por su nombre, una y otra vez, creando un eco caleidoscópico de matices rojizos entre las ramas. El último fulgor se hunde en el horizonte y la luz cenital, sombría, devora los últimos colores, imponiendo su gris mortaja. Entonces ve agitarse las sombras entre los troncos. Una oleada grisácea y siniestra surge de los árboles, la ola violenta y primera de un mar incontenible de bruma oscura. Avanza hacia el edificio, hacia ella. No tiene miedo.

De niña era asustadiza, le aterraban los relámpagos con sus estallidos y silbidos, bocas de serpientes que escupían raíces de fuego que sonaban como latigazos y telas rasgadas bruscamente; y los truenos con su redoble tétrico, inmensas bolas de piedra arrojadas desde el cielo que hacían temblar la tierra al caer y luego retumbaban mientras se alejaban rodando y gruñendo hacia las montañas. Con la edad se dio cuenta de que los monstruos que poblaban su imaginación no existían. Mucho peor eran las personas, «lobos con piel de cordero», en esa frase reflejaba muy bien su experiencia. Definitiva y concluyente al casarse.

Q.M.

Fragmento de: Lo que aprendió del mamut.