Un día visitando un cole vi a una niña de seis años, concentradísima, dibujando. Le pregunté: “¿Qué dibujas?”. Y me contestó: “La cara de Dios”. ¿¡….!? “Nadie sabe cómo es”, observé. “Mejor -dijo ella sin dejar de dibujar-, ahora lo sabrán”.
Millones, trillones de almas se precipitan por los vórtices del tiempo, girando alrededor de los planetas, aguardando que se abran las puertas de la existencia para nacer, para vivir, para ser y sentir…En el tiempo de los mundos y las galaxias son un instante, en el cómputo de los hombres una eternidad…Cae el nacimiento, gotas de lluvia sobre cuerpos diminutos y frágiles que respiran por primera vez, convirtiéndose en corazones pulsantes que abren los ojos a la vida. Comienza el ritmo del tiempo, del reloj que marca el preciso número de latidos, los necesarios para ser y sentir, emanar nuestro aroma y mostrar al mundo el colorido de nuestros pétalos únicos. Es el momento de dar, sin propósito, por la dicha sin causa. Ojos felices y sonrientes, flores de mil tonalidades y geometrías, inocentes cielos límpidos sin nubes. Incluso aquellos que en el descenso cayeron heridos con las alas rotas, dando vueltas en los remolinos que llevan a la manifestación, perdidos; sus lágrimas convertidas en diamantes de sal, al atravesar la seda azul de la tierra, se transforman en agua dulce vivificante, resplandecientes esferas de luz que fertilizan y nutren los capullos que se abrirán al sol y que encierran el misterio de la belleza aún no manifestada.
Esta entrada, está dedicada a Joiel, cuya creatividad e imaginación me sorprende y deleita continuamente. Este personaje bien pudiera haberlo creado él.
El Trampero de Vardis Fisher fue llevado al cine en Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), de Sydney Pollack, protagonizada por Robert Redford y con guión de John Millius.
El Trampero (Mountain Man, 1965) narra la vida y aventuras de Samson J. Minard, cazador montaraz que recorre incansable las Montañas Rocosas, su hogar, y cuya filosofía resume el propio Fisher:
«Admiraba el valor sobre todas las demás virtudes; inmediatamente después venía el temple, y el tercero de sus valores era la compasión por los débiles o indefensos». «Sam vivía en un mundo de criaturas salvajes, muchas de las cuales eran asesinas: la comadreja, el armiño, el halcón, el águila, el lobo, el glotón, el puma, el grizzly, el gato montés… un mundo en el que la primera ley de vida era matar o escapar del que mataba».
Vardis Fisher era, y eso se ve al leer esta obra, un amante y conocedor de la naturaleza, de la vida salvaje, de la grandeza de los ilimitados horizontes libres, y las inmensidades de las montañas. Una gran sensibilidad que sabe transmitir en una obra con una gran belleza visual, poética, donde se perciben los sonidos de bosque y se siente el frío morder la carne y llegar con sus colmillos hasta el hueso.
Exquisita la descripción de una nevada:
«Todos revoloteaban, se balanceaban, bajaban y bailoteaban como pájaros enloquecidos por la alegría, pero nunca había visto que dos se tocasen. Se tumbaba en treinta centímetros de blanda nieve recién caída y observaba la miríada de copos hasta que los sentidos le daban vueltas y nunca vio un fallo en la pauta, siempre cambiante e infinitamente compleja. Era como si todos los copos tuviesen ojos. No fue capaz de adivinar dónde iba a caer uno, pues hasta el último instante en que tocaba nieve, tierra o agua, se balanceaba, bailaba y cambiaba su rumbo, pero caía como si hubiese encontrado el punto perfecto e inevitable para su blanda y pequeña carga de agua congelada.»
Si bien la película tiene un componente bucólico, romántico y idealizado de la vida en las montañas, con un protagonista retratado como persona buena y juiciosa. El libro es más crudo y realista, la trama mucho más compleja y dramática dejando entrever más capas del lado sombrío del hombre. Tanto una como el otro no obstante no muestran la auténtica historia, que una vez más confirma la frase: La realidad supera la ficción.
John Jeremiah Garrison Johnston existió realmente, está bastante bien documentada su vida, una vida novelesca en muchísimos aspectos. Mas como todo personaje que se convierte en leyenda, la realidad que conocemos está mezclada con andanzas de otros contemporáneos que vivieron en aquellos lugares y con perfiles similares, recuerdan a los miembros de la banda ZZ Top, que se dedicaban a idénticas labores, trampería, caza, contrabando, búsqueda de oro, comercio legítimo e ilegítimo, explotación maderera,, etc… Se alimenta al personaje real que engorda a través de la ficción y se va remodelando con cada añadido, a través de innumerables gestas que nunca realizó, con trozos y “órganos”de otros, convirtiéndolo en un superhéroe, o un monstruo de Frankestein, en aquellos tiempos convulsos. Informaciones confusas y deliberadamente exageradas que a los ciudadanos de la época les encantaba conocer. Generalmente una prensa muy sensacionalista y fantasiosa era la responsable del origen de muchas proezas que sin poderse verificar pasaron a la historia contemporánea de los EE.UU.
Come hígados Johnston
John Johnston, fue conocido como Johnston Mata Cuervos, o Come hígados Johnston. Se le achacaba la siniestra fama de haber acabado con la vida de trescientos indios Crow y comerse parte del hígado, arrancarles la cabellera, y más… en venganza por la muerte de su esposa e hijo a mano de un grupo de esa tribu. Fama que no iba mal para facilitar la vida en aquel literalmente Salvaje Oeste.
Ni tanto, ni tan poco. He encontrado esta página de J.Caro que ha hecho un trabajo impresionante y meritorio, indispensable (vais a disfrutar), sobre “Jeremías Johnson”
«– ¿Dónde puedo encontrar osos, castores o cualquier animal cuya piel se pueda vender a buen precio? – Cabalgue hacia el oeste a la puesta de sol y tuerza a la izquierda. En las Montañas Rocosas.»
Pobre mundo que ignora su destino, el día de mi muerte. Dos mil millones mueren cuando mi muerte llega. Me llevo a la tumba un continente entero. Son valerosos, inocentes e ignoran que si me hundo ellos me siguen al instante. Así, en la hora de la muerte hay un clamor de Buenos Tiempos mientras, loco egoísta, yo agito la campana del Mal Año. Allende mi tierra hay tierras vastas y brillantes, pero mi mano firme les apaga la luz de un solo gesto. Anulo a Alaska, degüello a Gran Bretaña, pongo en duda al monarca Sol de Francia, con un guiño promuevo la locura de la vieja Madre Rusia, arrojo a China de un acantilado de mármol, derribo a Australia y le planto una lápida, aparto a Japón de un puntapié. ¿Y Grecia? Eliminada. La haré volar y desplomarse, como a la verde Irlanda, convertida en sudoroso sueño mío. Desesperaré a España, fusilaré a los hijos de Goya y daré tormento a los de Suecia, abatiré flores y granjas y ciudades con rifles de crepúsculo. Cuando mi corazón se para, el gran Ra se hunde en el sueño; sepulto las estrellas en el Abismo Cósmico. Por eso escucha, mundo, ya te he avisado. Y teme. El día de mi podredumbre, tu sangre estará muerta. Si te comportas, yo, magnánimo, te dejaré vivir. Pero desvíate y me cobraré. Es la última palabra. Se arrían las banderas. ¿Y si me bajan de un disparo? Mundo: te acabas tú también.
Ray Bradbury – Sobre la creatividad, del libro Zen en el Arte de Escribir
A Ray Bradbury, uno de mis escritores favoritos y fuente de inspiración, le gustaban las buenas historias y también el circo, un universo tan mágico como los mundos donde transcurren sus relatos, todos ellos dentro de su mente. Esta entrada es un pequeño homenaje a su recuerdo.
«Y el barco se está hundiendo, nadie se da cuenta, la tripulación y los pasajeros duermen. Morirán todos, debo despertarlos, golpeo las puertas de los camarotes, nadie responde, el agua me cubre las rodillas. De pronto se oye un rugido estremecedor, por el estrecho pasillo avanza veloz una ola espumeante, cubriéndolo todo, corro, el pánico me empuja, caigo al suelo y noto como el agua me cubre, penetra en mí por nariz y boca, es el final…y despierto sudando en el suelo junto a la cama. ¿Debo volver al sueño para avisar a los tripulantes del peligro que corren? ¿Cómo lo hago? Es “mi sueño”, hecho de mí, desarrollándose en mí, absorbido en mí, pero no tengo ningún poder ni control sobre el mismo, no he elegido ni los acontecimientos ni los personajes…y sin embargo eran muy reales…en el sueño …¿a qué lugar de mí han regresado?…¿cuántos planetas, cuántos mundos existen en esa galaxia?
La muerte camina a nuestro lado, desde siempre. Fingimos no conocerla y giramos la cabeza hacia otro lado rehuyendo el encuentro con sus ojos cuando nos cruzamos con ella.
Sin embargo yo sé su nombre secreto, me lo dijo cuando éramos niños. Y aunque pretendieron que lo olvidase, nunca llegué a hacerlo, era mi amiga. Nombrarla era llamarla, y siempre acudía alegre como un cachorro necesitado de cariño y caricias. También tenía otros muchos nombres, me gustaba Crepúsculo. Me advirtieron que no me acercara a ella, ni la mencionase, pues era malo frecuentar su compañía. No lo creí y aparentemente la relegué al olvido, al ostracismo de la soledad y dejé de jugar con ella. Tenía ocho años.
Antes de partir le hice un dibujo, una flor solitaria contemplando una puesta de sol y puse su nombre en el mismo. Lo introduje en una caja de metal que todavía olía a galletas, a vainilla y chocolate. Le puse también dentro mis guantes de lana azules, mis favoritos, pues siempre tenía frías las blancas manos. Y cavé un agujero bajo su árbol preferido y la enterré allí, rezumando dolor y lágrimas, bajo la verde hojarasca de las ramas, bajo las hojas caídas de la memoria. Y dejamos el pueblo y nos fuimos a vivir a la ciudad.
Volví medio siglo después, para reunirme con ella, tal era mi añoranza. Ni los años ni la distancia borraron su presencia. Es más, la erosión de las edades -escultor prodigioso el tiempo- tallaba en la dura roca sedimentaria de los ayeres eliminando aristas cortantes y vetas de cicatrices minerales en el corazón, desdibujando memorias pasadas cada vez más borrosas y anónimas y con los fragmentos y esquirlas desechadas se construían y definían cada vez más sus facciones, pura magia…me olvidaba de mí y se manifestaba ella, como un ave fénix renaciendo hermosa de entre las llamas.
La caja se había convertido en una herrumbrosa lata llena de agujeros a través de los cuales veía sus ojos tristes y apenados, grandes y limpios. Nunca dejó de ser niña…ni yo tampoco había crecido tanto.
Somos dos cuerpos gemelos, unidos por el hilo invisible de la existencia, una sola alma. Llegamos el mismo día, tenemos el mismo nombre y nos vamos cogidos de la mano, juntos, como siempre lo hemos estado.
«Ya sobre las tumbas no gimen los sauces; la muerte es “la cosecha, la que abre la puerta, la gran reveladora”; lo que está siendo, fue y volverá a ser; en una grave y celeste primavera se confunden las oposiciones y penas aparentes; un hueso es una flor. Se oye de cerca el ruido de los soles que buscan con majestuoso movimiento su puesto definitivo en el espacio; la vida es un himno; la muerte es una forma oculta de la vida; santo es el sudor y el entozoario es santo; los hombres, al pasar, deben besarse en la mejilla; abrácense los vivos en amor inefable; amen la yerba, el animal, el aire, el mar, el dolor, la muerte; el sufrimiento es menos para las almas que el amor posee; la vida no tiene dolores para el que entiende a tiempo su sentido; del mismo germen son la miel, la luz y el beso; ¡en la sombra que esplende en paz como una bóveda maciza de estrellas, levántase con música suavísima, por sobre los mundos dormidos como canes a sus pies, un apacible y enorme árbol de lilas!»
A Eusebio Simplón, «respirar» no era exactamente lo que le disgustaba.
A Eusebio, lo que le molestaba sobremanera, incluso llegaba a odiar, era expulsar el aire, la espiración. Se negaba con vehemencia, no quería, aunque se le inflasen los mofletes con riesgo de estallar, se le enrojeciera la cara hasta parecer un tomate y los ojos amenazaran con salirse de las órbitas. En cambio, tomar aire, la inspiración le encantaba, le hacía sentirse feliz.
Inevitable elección que la mente no determina y el cuerpo decide, vivir es la opción. Para saber lo que es peor o mejor, para conocer lo que nos conviene no tenemos tino, afortunadamente el devenir ya está escrito y enrollado en un pergamino.
«¡Qué mala suerte! ¿Por qué tenía que pasarme esto? No me lo merezco. La vida me trata injustamente. Tengo la esperanza de que las cosas cambien —y supuestamente vayan a mejor—…».
La esperanza son fuegos de artificio en una noche sin luna. Las heridas y las satisfacciones que nos ha dejado la vida son justamente las que hemos necesitado para vivir y llegar a ser lo que somos. Solo podemos ser la manifestación de nosotros mismos, hablar desde nuestra propia experiencia y cicatrices. No nos sirve copiar o repetir lo que dijeron otros, no nos alimenta lo que digieren estómagos de otras gentes sino lo que mastican nuestras bocas. Somos inimitables e insustituibles, una expresión única, seamos un árbol en la cima de un monte o una flor de un cactus solitario en un desierto. Nuestra vida es nuestro destino, es una misma cosa, las páginas escritas de un libro cerrado que cada uno lee a su ritmo.
Aparentemente todos los días son iguales, en realidad cada día es único, un pequeño prodigio de la vida, una grandiosa creación. La mayoría de la gente asocia lo que llaman el Big Bang, con un acontecimiento espectacular, ocurrido hace millones de años, en el que intervinieron los grandes protagonistas del cosmos: galaxias, nebulosas, planetas, estrellas, gases, espacio…y sin embargo ¿quién puede negar que el Big Bang no es un acontecimiento que ocurrió una sola vez? sino que es un proceso continuo, nunca interrumpido, creación y destrucción, el día y la noche, la vigilia y el sueño, inspiro, espiro…el latido del mundo es Big Bang y resuena en todo lo que experimentamos a todos los niveles, ya que somos el contenedor y el contenido, el corazón y el palpitar, el espacio donde todo tiene lugar.
El mosquito que vive dos días también experimenta el Big Bang. De igual manera, cada una de nuestras células se manifiesta, expande, crece, se contrae y desaparece. La manzana ya está en el manzano aún antes de que salga la flor, esta sea polinizada y aparezca el fruto. En la semilla del interior de la manzana, millones de células y procesos están dando forma a nuevos universos, a nuevos árboles que al igual que un fractal generaran nuevas cosechas de manzanas, y estas de semillas, y así infinitamente. Esperan para nacer, manifestarse y ser, pero de alguna manera ya están ahí, desde hace muchísimo tiempo, nunca han dejado de estar. Algunos lo llaman Eternidad.
Nuestra existencia es conciencia de cada instante, de lo que este nos trae. No hay más que este momento,, y no hay necesidad de elegir una parte. Todo cuanto acontece, sentimos y pensamos, todo está siendo sin nuestra intervención. Los objetos, todas las personas, todo, absolutamente todo, ten la certeza, es el regalo que hemos recibido: aquello que somos.
Algunos comparan el conocimiento, la mente humana, con el océano, por su ilimitada inmensidad y por sus profundidades desconocidas…paradójicamente, se llega a la conclusión de que «cuanto más sabemos más nos falta por saber» o como dijo aquel otro sabio: «Solo sé que no sé nada».
Aquello que más anhela la humanidad es ser felices. Cada uno tiene su propio concepto de felicidad condicionado la mayoría de las veces a la obtención de algo, un objeto que percibimos como exterior a nosotros, ya sea material, mental o emocional.
Y vamos al océano a coger el agua que nos dará la felicidad, cada uno lleva su recipiente, unos más grandes, otros más pequeños…Al mar no le podemos decir que es tacaño si no podemos tomar más agua, él está enteramente disponible y nos da todo lo que podamos llevarnos. Depende únicamente de nosotros y de nuestro contenedor la cantidad de mar que podamos recoger. Algunos acuden con camiones cisternas, otros con vasos, cubos, y todo tipo de utensilios…..Y se van con lo recogido y vuelven una y otra vez por más…y acumulan el agua en enormes estanques o piscinas que el sol evapora. Su vida es una constante preocupación e infelicidad. Paradoja. Sin embargo no todos llevan recipientes, hay quien llega a orillas del mar y no toma nada, sino que se sumerge en el agua, chapotea, juega, se baña, disfruta y deviene uno con el océano.
Otro sabio dijo: Más vale una cucharadita de felicidad que un mar de sabiduría.
Acudo a ti Neptuno, señor de los mares y del reino sumergido, con una súplica:
Condúceme junto a ella, mi amada sirena, una vez más.
Nos encontramos una tarde soleada de verano, en la playa del océano de la existencia. Anclamos el navío del destino en la orilla de tu mar en calma y caminamos por las arenas detenidas del tiempo, sintiendo las caricias de las suaves ondas de cristal sobre los pies cansados del largo viaje.
Breves fueron los momentos junto a ella, los gránulos dorados de los minutos volvieron a caer sobre las huellas de nuestros pasos en la blanda arena de la memoria, hasta cubrirlos y hacerlos desaparecer en la playa desértica y árida del olvido. Cuando la mente sufre pérdidas quedan los recuerdos, eternos, esculpidos en el corazón.
Recuerdo y no olvido que nunca fuimos amantes, aunque nunca dejamos de amarnos. Era una certeza y una paradoja. Rememoro un pasado que no ha tenido presente. No habían tenido tiempo apenas de conocerse nuestros cuerpos sedientos, aunque los sentidos todo lo sabían para calmar la sed. Nuestras manos intuían y los dedos adivinaban secretos y caricias apasionadas que abrían puertas ocultas al amor. En nuestro pecho estaba el refugio, el fuego y la esperanza, la perla que se estaba formando en la ostra, el sol y el agua, tierra y semilla. Latía el corazón impulsando a las flores que esperaban para nacer bajo tierra y cuyo aroma ya impregnaba el aire, como una promesa de felicidad.
Mas el destino fue cruel, y fugaz e incomprensible. Se agitaron tempestuosas las aguas del mar de la vida dejándonos la miel en los labios, sin poder saborear el néctar del encuentro. No te culpo Neptuno, sé que tu ira no era hacia nosotros, simplemente te divertías, pero nos alcanzó la tormenta. Vi a los impetuosos caballos azules que arrastraban tu carroza, y la furia de su galope hacía rugir las olas y de sus ondulantes crines de espuma blanca saltaban burbujas de plata relucientes, las ruedas trazaban estelas que se elevaban convertidas en murallas de agua y sal. Tú reías a carcajadas, los truenos eran tu voz, con el pelo empapado y tus barbas agitadas por el viento. Los rayos surgían de tu tridente con cada sacudida de tu brazo. La lluvia era una cortina de cristal impenetrable.
Cuando todo hubo pasado y las aguas se calmaron, ella ya no estaba junto a mí. Y desde entonces la busco…y no la encuentro.
Mi navío es ahora un barco fantasma que navega sin detenerse nunca. No tiene puerto ni isla donde varar sino es en ella. Las velas están tejidas con los hilos del tiempo y los colores de la nostalgia. La proa se llama esperanza, la popa desesperación, ambas aumentan con cada puesta de sol que se oculta bajo el horizonte.
Ayúdame a encontrarla de nuevo…
Ella es una hija de tu reino marino sumergido, de agua y sal son tus olas, igual que mi llanto. Lágrimas de nácar, corazón de coral, sangre en las venas, da igual, somos hijos de la misma tristeza.
Veo nuestros cuerpos separados, danzan tristes canciones en playas solitarias, y mi corazón emite su canto, un lamento de su ausencia, una llamada silenciosa a través de las edades de la vida y los mares grises. Mi alma con las manos tendidas la busca navegando entre las brumas y claroscuros de tu reino acuático.
Los viejos dioses de la mitología griega perviven y malviven en nuestros tiempos mezclados con las tecnologías modernas que han usurpado sus funciones, sumiéndolos en una apatía eterna. «Eterna» porque siendo seres divinos no pueden morir, pero si caer enfermos del hastío y la depresión…sucumbieron los templos, su morada, donde eran venerados con ofrendas y sacrificios, donde bellas sacerdotisas los atendían y mantenían encendido el fuego sagrado. Ahora los santuarios son ruinas, bloques caídos de piedras reumáticas que exhalan humedad y un olor rancio a orín y tiempo caducado.
Guasap, faisbouk, islagram, tiquitoc, amaton, yotuve…son los nuevos dioses, mensajeros complacientes y veloces cumplidores de los deseos de la humanidad. Emojis, caritas, pulgares, me gusta…todo se reduce a apretar un botón para expresar una emoción. Atrás quedaron la espera, los juegos preliminares y el ardor del fuego que cocina lentamente las pasiones.
Pero se avecina una revolución, un motín en un día señalado….ahora lo llaman San Valentín. Antes era el día de Cupido y sus arqueros… como llamaban los romanos a nuestro Eros.
Ha sido él, el paladín del amor, el que ha decidido volver a los métodos antiguos y recuperar la tradición y realizar un buen trabajo de artesanía, como los de antaño, con arco, flecha y mucha puntería. Pues aunque un rasguño es suficiente, una flecha de oro en el corazón enciende fuegos tan ardientes y llamas tan altas que al propio Vulcano espantan.
Y Eros ha buscado a sus antiguos servidores. Hermes el mensajero le dijo: «los encontrarás en los bares». Siguió el consejo y le costó reconocerlos pues eran niños y esbeltos jóvenes alados cuando él les indicaba la diana que las flechas debían atinar. Mas ahora las canas y largas barbas ocultan su secreta identidad y lo peor, las prominentes barrigas le hacen dudar sobre si podrán cumplir con su labor. Los observa, mira en lo que se han convertido sus cuerpos y mira dentro, sus espíritus no han envejecido, siguen siendo curanderos de amores en bares, consejeros de almas en penas y de corazones destrozados que buscan alivio en sus revelaciones. Y sus palabras de consuelo son flechas con la punta de plomo, aquellas que traen la paz del olvido y cierran las heridas del amor no siempre correspondido.
El amor es nuestro trabajo desde tiempos distantes, no es solo una palabra o un corazón rojo en una pantalla, es algo más importante, te toma de improviso y te convierte en amante. Amante no es un trabajo, ni una dedicación. Es una consumación, una sublimación de los granos de arena bajo las llamas convertidos en lava fundida que el artesano sopla y convierte en un corazón de cristal. Más no hay que confundirlo con un corazón hueco, es el contrario, un corazón lleno de las llamas invisibles y ardientes de la pasión. Y como dijo el sabio: «Solo pueden ver la llama ardiente aquellos que ya la llevan encendida dentro».
Nihil sub sole novum, dijo el sabio Salomón. Nada nuevo bajo el sol. Todo está aquí, desde siempre.
Existe una lengua, la finesa, que recoge y ha listado 40 palabras distintas para nombrar a la nieve en sus diversos estados. Lo cual habla de una sensibilidad y observación del entorno remarcable.y de una realidad que está ahí.
Eros, el Amor, en según que cultura y entorno son dos cosas distintas y en ocasiones opuestas. Todo se reduce a interpretaciones sin fundamento, dogmáticas y obviamente manipuladoras. No todo son ideas y pensamientos, hay además biología, sentimientos…y misterios, como dice la canción de Julee Cruise.
Diferentes aspectos de Eros, según la mitología griega-romana y Wikipedia. Ellos sí que sabían apreciar la riqueza del lenguaje y los matices de la existencia…entre el blanco y el negro hay un universo de grises.
Afrodita es en la mitología griega, la diosa de la belleza, la sensualidad y el amor. Su equivalente romano es Venus. Aunque a menudo se alude a ella en la cultura moderna como «la diosa del amor», es importante señalar que antiguamente no se refería al amor en el sentido romántico sino erótico.
Eros es el dios responsable de la atracción sexual, el amor. Cupido, es su equivalente romano. Cupidus: Deseoso, ansioso, apasionado, el que ama y desea con pasión.
Anteros era el dios del amor correspondido y vengador del amor no correspondido
Hímero «deseo incontrolable» era el dios del deseo sexual y del amor no correspondido.
Himeneo era el dios de las ceremonias del matrimonio.
Hermafrodito era el dios del matrimonio heterosexual, hijo de Hermes y Afrodita (de los cuales recibió su nombre). El mito representa la unión inseparable entre hombre y mujer
Potos era el dios del deseo, el anhelo o la nostalgia amorosa.
Hedoné hija de Eros y Psique, cuyo nombre significa ‘placer’. En la mitología romana era conocida como Voluptas. La voluptuosidad es la incitación o satisfacción de los placeres de los sentidos -placer sensual-, especialmente el sexual.
Las Tres Gracias provienen de la antigüedad grecolatina: sus nombres en Grecia eran Aglaya (Belleza), Eufrósine (Júbilo) y Talia (Abundancia), identificadas como Cástitas (Castidad), Voluptas (Voluptuosidad) y Pulchritudo (Belleza) en la mitología romana. En su representación plástica se las identifica como acompañantes de Venus, y entonces, como cualidades del Amor. De esta forma, aparecen como tres desnudos femeninos, dado que Venus o Afrodita es la diosa del amor y del sexo, y uno de sus atributos para reconocerla es la desnudez.
John Bauer (Jönköping 4 de junio de 1882 – lago Vättern, 20 de noviembre de 1918) fue un ilustrador sueco conocido por la serie de ilustraciones Bland Tomtar och Troll (Entre los duendes y los trolls), un libro de cuentos. (Fuente: Wikipedia)
Hace ya unos años que conozco la obra de John Bauer, exquisita y delicada como copas de fino cristal. Sus personajes son frágiles y melancólicos, etéreos como sus princesas de largos cabellos o entrañables, recios y achuchables como sus trolls de grandes narices. La infancia siempre presente, sus protagonistas apenas han dejado la niñez, quizás porque es en esa etapa de la vida, John sabía del poder de manifestación y creación de la mente infantil, la ilusión, la magia se puede manifestar y convertirse en realidad. Mejor dicho, la realidad es pura magia y asombro.
Una tarde de verano fueron con Bianca Maria a lo profundo del bosque
No obstante, sus bellas creaciones, y quizás debido al uso austero del policromátismo y colores vivos, transmiten un estado anímico de tristeza. Los duendes, trolls, hadas y princesas de los cuentos clásicos a menudo rebosan colorido, alegría y… «fueron felices». Con John Bauer, queda la incertidumbre…En algunas ocasiones he llegado a pensar que una persona así, con esa sensibilidad artística, seguramente podía extenderla a otras facetas de su vida. ¿Premonición? Su vida, el fin de la misma, no tuvo un final feliz. Murió a los 35 años, ahogado en un naufragio, junto a su mujer y su hijo de dos años.
Trolls de raíz
Y entonces ves que eran ellos, sus personajes, los más apenados, los conocedores del destino de su creador. ¿De dónde surgen los personajes, sino del mismo lugar donde habita el destino? Sí, tan cerca….de un cuento. El libro de tu vida, ya escrito y con las tapas cerradas, todo está en él, pero cada día solo te permite leer una página. Disfruta el presente.
La princesa Tuvstarr contemplando las aguas oscuras del lago del bosque