Realmente impresionante. Una joya perfectamente tallada y engarzada, un sol en miniatura de brillos cegadores.

Fue hallada entre las rocas de una playa de cielos enfrentados, al relente calmado del suspiro, con las olas rompiendo incesantes en quebradiza armonía. No una gaviota de pico torcido sino un cuervo viejo había decidido cobijarse entre los escuálidos brazos con marcas en declive como recuerdos de algunas historias tristes, y graznó cuando se la llevaron unos hombres creyéndola esbozo de bruma espejada. El cuervo los juzgó sin alma, oficiantes de ceremonias quebradas. La sacaron de las aguas como si fuera un dibujo animado a lápiz.
Un pescador, veterano de aquel y otros oficios donde días y noches se confundían en sangre aguada, la había descubierto en los primeros minutos del amanecer mientras faenaba, los pensamientos dispersos entre las nostalgias de las fotografías que languidecen y el rumiar de su inquebrantable enfermedad. Llamó a la policía y dos agentes la arrancaron entre lamentos de pájaro negro y la risa…
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Qué decir, cuando «gracias» lo resume suficientemente bien sin necesidad de apuñalar al invierno.
Fuerza y Honor.
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