
Tierra de Ángeles – II
Tras el funeral me quedé un par de días en el pueblo, revisar armarios y cajones, escarbar en la dura y fría nieve de los recuerdos de otros es una tarea ingrata, una arqueología de las memorias. Cavar, localizar, datar, valorar, conservar o desechar…Algunos objetos merecen una segunda vida, están impregnados de la magia de los momentos felices, y al igual que las estrellas extintas, paradójicamente, su luz continúa viajando por el espacio y refulgirá en las pupilas de ojos que aún no han nacido. Otros objetos no obstante, convocan lo opuesto y hay que volverlos a sepultar, cometas convertidos en cementerios errantes que arrastran tras de sí, los cadáveres de otros mundos, recuerdos sombríos, tenebrosos, espectros que no soportan la luz, su presencia emana pesar, oscuridad y miedo.
Tierra de ángeles, pero también de infortunio ¿cómo no me había dado cuenta antes? Existe un triángulo geográfico, uno de los vértices está en este pueblo, pero aparte de encerrar bellos parajes, la inocente figura geométrica también delimita un área donde abunda la muerte, tristemente conocido como el triángulo de los suicidios, es el lugar de España con la tasa más alta de fallecimientos debidos a esa causa. El método casi siempre es el mismo en la mayoría de los casos, ahorcamiento, quizás por ser práctico, estar al alcance de todos —y más en el mundo rural— solo se necesita un trozo de cuerda.
No se saben las causas, desde el manido “lo hacen por costumbre”, hasta sospechar de algún ingrediente tóxico en el agua, achacarlo a la abundancia de olivos y nogales, la existencia de pirita en el subsuelo que dicen provoca alteraciones neurológicas, la influencia heredada a través de los genes, poco trabajo, aislamiento….En todo caso no hay conclusiones científicas para explicar esta tradición macabra.
Quizás por ello hay tantos ángeles en la zona, donde la ciencia no alcanza llegan las alas. Todo fenómeno por el hecho de existir genera su opuesto, y es en la alternancia, equilibrio, donde crece la vida. La luz muy intensa disipa la oscuridad pero al mismo tiempo atrae a las criaturas de la noche que se mantienen en la sombra, al acecho. Simultáneamente la oscuridad precisa de la luz para tomar forma y manifestarse…Y no hablamos de demonios encarnados en cuerpos diabólicos, hablamos de demonios internos, los más difíciles de ver, los que te susurran al oído….los más peligrosos.
Bajo la última balda del armario se alinean media docena de zapatos, en sus cajas correspondientes, trato de recordar en qué ocasiones se los vi puestos, lo recuerdo perfectamente, el día de mi boda, el nacimiento de los niños, la comunión de Alex….etc…Pero queda una caja desconocida, la abro, dentro se encuentran unas zapatillas de gasa iridiscente, envueltas en papel de seda blanca, huelen a vainilla, son de una chica joven…al lado el cabo de una cuerda con un nudo corredizo, y unas crines de caballo de color azafrán.

Subido a la encina, ata la cuerda de esparto y asegura el nudo tirando de los extremos. Por el rabillo del ojo ve acercarse a alguien, parece una muchacha, pero no es de allí, por la ropa que viste, será hija de algún señorito de Barcelona o Sevilla.
—¿Qué haces? —le pregunta, mientras se acerca al tronco y mira arriba.
—A ti que te importa.
—Sí que me importa, y a Lupe también —dice señalando a la mula que los mira con sus grandes e inocentes ojos negros— ¿Le quieres hacer daño a ella también?
—A ella no. Es muy buena —una lagrimilla brilla— Muy buena.
—Y entonces ¿a quién? No quieres quedarte con ella y cabalgar juntos, llevarla al río y darle manzanas de las rojas, de las que a ella le gustan.
—A nadie, me quiero ir…simplemente. Y Lupe no es mía, es del patrón.
—Baja y hablamos, tengo que darte un recado.
Y hay algo en el tono de la voz, más una caricia que un sonido, que lo impulsa a bajar. Y se encuentra con unos ojos azules, no el azul que está acostumbrado a ver, siempre el mismo tono cristalino, duro e intenso, sino que es un azul que se mueve, pleno de vida, cambiante, como el agua que se desliza en los arroyos. No ha visto nunca el mar, pero sabe que lo está contemplando ahora, en su vaivén eterno, también sabe que otro nombre para tanta agua es inmensidad. Y Inmensidad está llamándolo…para que se adentre en ese mundo turquesa.
—¿Cómo te llamas? —pregunta el chico, con una estrella diminuta en la mirada.
—Esperanza, pero puedes llamarme, cariño.
Se sonroja cómo un tomate, pero sonríe satisfecho. Y pregunta:
—Y ese calzado ¿tú, de dónde vienes?
—De muy lejos no, más bien de muy cerca.
Él asiente, se rasca la cabeza, no la acaba de entender, pero le gusta mucho, mucho.
Lupe se interpone entre ambos, mueve la cabeza como queriendo decir sí. Ella ha entendido. Alberto sujeta las riendas, Esperanza sube, él monta detrás, le abraza la cintura con una mano y con la otra le da el cabo de la cuerda que cortó antes de bajar. Ella sonríe y guía la mano a la cintura, junto a la otra, y las aprieta contra sí.
Alberto pensaba preguntarle a Esperanza, qué recado quería darle, pero sabe que no es necesario, que cada palabra que han pronunciado rubrica una nueva vida, y aquellas que no se han dicho se han convertido en promesas que acarician.
Más magia, más sensibilidad, y la presencia necesaria de Lupe. Más allá de la simbología empleada, una gozada de continuación.
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Gracias por la visita Joiel, y por tu amable respuesta. La historia en la realidad no es tan bonita, pero aunque sea en la ficción, no viene mal un poco de dulzura y un final feliz.
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Desde el más absoluto desconocimiento de la literatura y sus movimientos. Qué bonito comienzo para lo q puede ser una gran historia, o triste relato. Cómo tú quieras. Tú sabes y mandas
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Gracias por la visita Toni, y el comentario. Sí, escribir tiene el poder mágico de cambiar el destino y hacer que las cosas no ocurran como acontecieron, sino como nos gustaría que hubiesen sido.
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