Querida Valeria:
Has cerrado la puerta y no me he dado cuenta de tu marcha silenciosa, en mis oídos aún resonaba el ding-dong del timbre, la vibración metálica en el aire —ha sido todo tan rápido— precediendo a tu llegada y a tus palabras. Aturdido, no he sabido reaccionar a tu proposición…pese a haber tenido, ahora lo sé, una eternidad para decidir. Tu voz aún se escucha en el eco que forman las esquinas de este apartamento, convertidas en aristas pedregosas de acantilados inexistentes, en bosques frondosos a donde no llega la luz, tus frases se deshilachan y se convierten en jirones de seda blanca, estandartes de tu mensaje arrastrados por el viento. Una y otra vez se despliegan ante mis ojos, leo en ellos el relato de lo ocurrido y trato de digerirlo reescribiéndolo.
«Ha sonado el timbre y te he invitado a entrar pensando que iríamos a almorzar juntos con Iván, como en tantas otras ocasiones. Se me ha hecho un nudo en el estómago nada más ver tus ojos. Algo pasaba…algo malo. Una nube sombría ocultaba el sol.
—Me estoy muriendo, Héctor, tengo cáncer —fueron tus primeras palabras.
Me cayó la taza de café al suelo, la explosión de un volcán. Tú proseguiste:
—No quisiera morirme sin conocer el amor verdadero, he sido deseada por muchos pero nunca he sido amada, soy una virgen de cuarenta años que nunca ha hecho el amor —me dijiste.
Y luego, a continuación, formulaste la pregunta que ahora me atormenta:
—¿Quieres ser mi príncipe durante los escasos días que me restan de vida?
No supe que decir, pero mi respuesta no estuvo a la altura.
—Comprenderás que no me esperaba que este fuese el objetivo de tu visita, y que fueras tan directamente a este «grano», sin haber hablado nunca de ello —respondí, paseando nerviosamente por la sala, ruborizado, sin atreverme a mirarte.
—Nadie te amará como yo, y tú lo sabes. Mi cuerpo, corazón y espíritu te pertenecen desde el momento en que nos conocimos, pero ya antes eran tuyos. ¿Acaso no sientes la intensidad de mi amor? La tristeza que solo tú puedes ver en mí, es simplemente el anhelo de estar junto a ti. Hace siglos que te busco —fue tu respuesta.

Me quedé helado, sin palabras, una sensación de mareo se estaba adueñando de mi cuerpo. Aquellas declaraciones tan directas habían abierto una fisura en el dique que contenía mis emociones, unas lágrimas gruesas y rebeldes surgieron de mis ojos al enfrentarme a la paradoja de que mi vida estaba siendo el guión de una de mis novelas románticas, o de fantasía, como gustan de calificarlas algunos. Te lo comenté en la conversación que tuvimos el martes pasado ¿recuerdas? :
«—Poco antes de que Iván y tú, regresarais del sur, estaba trabajando una noche en una trágica historia céltica: La balada de Ethain. Contiene dos poemas. En el primero, ella en la despedida le confiesa sus sentimientos (él emprende un largo viaje en busca de fortuna, sabe que el clan lo aceptaría aunque no fuese de sangre noble, aprobaría la relación si fuese poderoso y rico). Pero ella, en la espera, muere de tristeza. Él regresa a los tres años y descubre lo ocurrido y se quita la vida ante la tumba de Ethain. La historia de los amantes es cantada durante centurias por bardos y juglares hasta que es olvidada.
—Pero el olvido es como un desmayo (perder la conciencia), como irse a dormir profundamente. Se acuesta una, y sin darte cuenta, del instante en que ocurre, ha desaparecido el mundo y todos sus problemas, las preocupaciones, la familia, el trabajo, todo…incluidos nosotros mismos, nuestra identidad —dijiste.
—Muy interesante tu planteamiento, tomaré unas notas —comenté mientras hurgaba en el bolsillo de la chaqueta buscando el bloc y el lápiz— sigue, por favor.
—El olvido no siempre es eterno, son lagunas en la memoria ¿Cuánto dura el «sin recuerdos»? No se puede medir. La memoria nos dice que el sueño profundo dura unas horas. Pero en unas horas, cabe una eternidad, el corazón de muchos insectos late 200 pulsaciones por segundo, el de una ballena 13 latidos por minuto. A más grande es el corazón, más lento late, más longevamente vive, hay seres diminutos que duran unas horas, sus pulsaciones son tan rápidas que no se aprecia movimiento…«hay otros mundos, pero están en este».
—¿Cuál es la periodicidad de los latidos que emite la conciencia? ¿Uno cada siglo? No soy científico, pero creo intuir que si hay alguien que lo sabe es el subconsciente, «el escritor». He vivido situaciones extrañas e inexplicables, me han pasado cosas curiosas, sincronías, intuiciones, imágenes en la mente que aparecen de forma espontánea.
—¡Qué interesante! —sigue.
—El poema de despedida de Ethain, acaba así:
«…Compréndeme por favor.
Te amo como jamás he amado a alguien y
solo es una daga en mi corazón.
Pese a ello, te amo.
Y así será hasta el fin de los tiempos».
¿Y sabes? Me emocioné al escribirlo, era un sentimiento real, una sensación latente, aún no manifestada pero presentida, incluso diría que era una invocación, algo místico, mágico. Y apareciste tú, Valeria, a los pocos días.
—«Te amo como jamás he amado a alguien y sólo es una daga en mi corazón. Pese a ello, te amo. Y así será hasta el fin de los tiempos».
—¿Qué has dicho? No te he entendido.
—Nada, Héctor, susurraba el poema, es muy bello….Me ha hecho llorar.
Aquella situación era surrealista, así que traté de centrarla en el momento actual
—¿Y Iván? Él te quiere mucho —dije ¿Qué piensas hacer al respecto?
—Está decidido. Nos vamos a separar. Él no es lo que crees, nunca me ha amado, yo soy sólo un complemento de su cargo, para que sea bien visto en sociedad, para ascender en su empleo. Hemos hablado de nuestra relación muchas veces, pero Iván no escucha, le he propuesto ir a ver a psicólogos, a especialistas en pareja, pero su indiferencia hacia el tema es la misma indiferencia que muestra hacia mí. Yo he tenido paciencia, he confiado en que cambiaría….pero de nada ha servido. Aunque preferiría no hablar del tema, no me es grato…Piensa en la respuesta a mi proposición.
—Iván es mi mejor amigo, casi un hermano. Claro que yo no he convivido con él nunca, no lo conozco en ese aspecto. Siempre tuvo mucho éxito con las mujeres, es atractivo, atento…
—No lo conoces en absoluto, en la intimidad es distinto, casi un monstruo.
—¡No puede ser! Habla maravillas de ti. Te ama. Me duele que digas eso de él.
—No me trata como a una pareja a la que se ama, sino como a una propiedad. Usa mi cuerpo sólo para demostrarse a si mismo lo hombre que es, para mostrar una fortaleza que está lejos de poseer. Cada vez que me solicita en el lecho, al acabar me giro y lloro, no puede ver las lagrimas que recorren mis mejillas, me siento como una prostituta, un cuerpo usado sin amor. Si me niego o me encuentro indispuesta es peor, pues eso parece enardecerle y entonces aún me cabalga más furiosamente, hasta que se vacía en mí y con ello yo dejo de existir hasta la próxima vez ¿Dónde está el amor? Pero ello ahora ya no importa. Piensa que estoy loca por abandonar la posición social de que disfruto junto a él, mi empleo. No sabe lo de mi enfermedad, tampoco cambiaría nada…
—Me cuesta tanto de entender. Cuando regresasteis del sur, ya hacía dos años que no nos veíamos. Tú venías con él, yo sabía de tu existencia, eras su secretaria, pero poca cosa más. No había querido mostrarme curioso en los breves mails que intercambiamos y él no había tocado el tema, por lo tanto eras una desconocida y también la pareja de mi amigo.
Me estremeció aquel halo de infinita tristeza que parecía rodearte nada más verte, por primera vez, asomada a la proa del yate parecías la esfinge de una sirena. Aunque al desembarcar, y tras los gritos de júbilo de Iván saltando al embarcadero y abrazándome, se rompió esa percepción fugaz, como una vaporosa nube de niebla desvaneciéndose. Y entonces vi aquella sonrisa y aquellos ojos verdes, eras realmente hermosa, debía haber sido una alucinación o un reflejo de la luz….no podía haber tristeza en aquella presencia que hacía palidecer hasta el mismo sol. Me sentí extraño en tu presencia, envuelto en aquella luminosidad que emanabas, era como si estuviese desnudo ante tus ojos, pero no me importaba, no podía haber secretos entre nosotros y esa percepción llegó como una certeza y una premonición de lo que está sucediendo ahora.
Lo pasábamos bien juntos, en aquellos encuentros ociosos para jugar al pádel, o cenar juntos, las excursiones o el submarinismo, no me daba cuenta de que ocurriese nada anómalo. Conversaba contigo, teníamos muchas afinidades culturales y musicales. No faltaron ocasiones en que tu filosofía de la vida me fue expuesta, y otras en las que se desvelaron cortinas internas, dejando entrever sueños y anhelos íntimos.
No puedo olvidar el día del entrelazamiento cuántico. Te había dejado leer el segundo poema, el del reencuentro de Ethain, ahora Fionna, con Braendan, cuatro siglos después en Dublín. Era una plegaria al destino, había localizado a Fionna en una feria ganadera actuando con una banda de música, pero la había vuelto a perder. Estaba cerca, lo presentía, pero no daba con ella. Estaba desesperado y escribió:
Dejadme encontrarla una vez más…
Era joven el mundo cuando la conocí,
Breves fueron los instantes junto a ella.
Nunca fuimos amantes, pero aún así,
Nunca dejamos de amarnos.
Sin apenas conocerse nuestros corazones,
Nuestras almas todo lo sabían.
El destino nos separó,
Tejiendo espesas cortinas,
Con hilos hechos de años y nostalgia,
Que cubrían nuestras almas perdidas y
Vagabundas, a través de los tiempos sin fin.
Dejadme amarla…
Sin fisuras, ni muros, ni obstáculos.
Llenarla de besos tiernos y apasionados.
Dejad que nuestros cuerpos se hablen con caricias
Largamente esperadas, que solo los sueños conocen.
Que entonen una canción nueva,
Un canto a la victoria de poder estar juntos
En este amor puro y completo.
Tan sublime que sólo será recordado a través de los años,
En melodías musicales que conmoverán los corazones…
—Quizá tus personajes están entrelazados cuánticamente entre ellos —dijiste.

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