A Eusebio Simplón, «respirar» no era exactamente lo que le disgustaba. Vamos a analizar la cuestión:
A Eusebio, lo que le molestaba sobremanera, incluso llegaba a odiar, era expulsar el aire, la espiración. Se negaba con vehemencia, no quería, aunque se le inflasen los mofletes con riesgo de estallar, se le enrojeciera la cara hasta parecer un tomate y los ojos amenazaran con salirse de las órbitas. En cambio, tomar aire, la inspiración le encantaba, le hacía sentirse feliz.
Inevitable elección que la mente no determina y el cuerpo decide, vivir es la opción. Para saber lo que es peor o mejor, para conocer lo que nos conviene no tenemos tino, afortunadamente el devenir ya está escrito y enrollado en un pergamino.

«¡Qué mala suerte! ¿Por qué tenía que pasarme esto? No me lo merezco. La vida me trata injustamente. Tengo la esperanza de que las cosas cambien —y supuestamente vayan a mejor—…».
La esperanza son fuegos de artificio en una noche sin luna. Es un pensamiento, una forma encubierta de no aceptar nuestra realidad, la única que tenemos siempre delante. Las heridas y las satisfacciones que nos ha dejado la vida son justamente las que hemos necesitado para vivir y llegar a ser lo que somos. Solo podemos ser la manifestación de nosotros mismos, hablar desde nuestra propia experiencia. No nos sirve copiar o repetir lo que dijeron otros, no nos alimenta lo que digieren otras gentes sino lo que masticamos nosotros. Somos inimitables y insustituibles, una expresión única. Nuestra vida es nuestro destino, es una misma cosa, las páginas escritas de un libro cerrado que cada uno lee a su ritmo.
Aparentemente todos los días son iguales, con un poco de observación te das cuenta de que, en realidad cada día es único, un pequeño prodigio de la vida, una grandiosa creación. La mayoría de la gente asocia lo que llaman el Big Bang, con un acontecimiento espectacular, ocurrido hace millones de años, en el que intervinieron los grandes protagonistas del cosmos: galaxias, nebulosas, planetas, estrellas, gases, espacio…y no nos damos cuenta de que el big bang no es un acontecimiento que ocurrió una vez, sino que es un proceso continuo, nunca interrumpido, creación y destrucción, el día y la noche, la vigilia y el sueño, inspiro, espiro…el látido del mundo es big bang y resuena en todo lo que vemos y experimentamos, ya que somos el contenedor (y el contenido), el espacio, donde todo tiene lugar.
El mosquito que vive dos días también experimenta el big bang; de igual manera, cada una de nuestras células se manifiesta, expande, crece, se contrae y desaparece. La manzana ya está en el manzano aún antes de que salga la flor, esta sea polinizada y aparezca el fruto. En la semilla del interior de la manzana, millones de células y procesos están dando forma a nuevos universos, a nuevos árboles que al igual que un fractal generaran nuevas cosechas de manzanas, y estas de semillas, y así infinitamente. Esperan para nacer, manifestarse y ser, pero de alguna manera ya están ahí, desde hace muchísimo tiempo, nunca han dejado de estar. Algunos lo llaman Eternidad.

Retomemos el concepto: la esperanza. ¿Para qué queremos la esperanza? ¿Para qué queremos elegir lo que consideramos que nos merecemos? No somos tan listos, aunque sí algo arrogantes ¿sabemos lo que nos conviene? La vida que tenemos es un poco lo opuesto a la esperanza, ya que es real. Nuestra existencia es conciencia de cada instante. No hay más. ¿Por qué vamos a elegir o discriminar entre esto y aquello? No hay necesidad de elegir una parte. Todo cuanto acontece, todo cuanto sentimos y pensamos, todos los objetos, todas las personas, todo, absolutamente Todo, ten la certeza, es el inmenso regalo que hemos recibido/somos.
No tenemos necesidad de ir al océano con un cubo para coger agua y refrescarnos. El mar no es tacaño, es total ofrecimiento, depende de cada individuo la cantidad de líquido que podemos tomar.
Al principio solemos pensar que, a más cantidad de agua tomemos mejor, más conocimiento, pero no es así…a más cantidad de agua tomamos más crece el ego. El ego es el recipiente insaciable, la infelicidad. No necesitamos ningún recipiente, ni acumular información, únicamente desprendernos de la ropa y sumergirnos dentro del mar. En ese momento, sin pretenderlo, todo conocimiento se desvanece y el agua deviene certeza.
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