Tristania

«Ella lo miró fríamente, sin decir nada. Se sintió estúpido. Un nudo en su interior se deshizo y se transformó en palabras:
―Me gustas mucho… ¡Dios mío! No sé qué me está pasando, perdona que te hable así, con tanta confianza ―dijo contrariado mientras se llevaba las manos a la cabeza.
―Cuando se ha estado al borde de la muerte no tiene cabida la hipocresía, se va directo al grano. He conocido a muchas personas que dicen lo que sienten y no lo que piensan. Son siempre sinceras. No debes preocuparte―explicó la enfermera.
La escuchaba ensimismado; aquella mujer cada vez lo atraía más.
―¿Cómo te llamas? ―preguntó él, y añadió―: Yo, Rosendo.
―Tristania ―fue su respuesta.
―Me gusta mucho, es muy evocador.
―No hay diferencia entre mi nombre y lo que soy. Me define ―aseguró.
―“Lo que no es triste es mentira”, decía un escritor ― añadió Rosendo.
―Estoy de acuerdo —respondió ella.
Se hizo un silencio en el que ambos parecían estar sumidos en sus recuerdos.
―¿Estás casada? —preguntó de improviso Rosendo, sacándola de sus pensamientos.
―No, no lo estoy, eso es una imposibilidad en mi caso ―aclaró.
La volvió a mirar bien, ladeando la cabeza con un gesto interrogante.
―¿Quieres que salgamos juntos? ―dijo extrañado al oírse formular la pregunta que nunca se atrevía hacer a ninguna.
La espalda de ella pareció encogerse al oírla, como vencida y fatigada bajo un enorme peso. Sus ojos reflejaron el verde oscuro de lo profundo del bosque.
―Solo puedo amar en sueños. En los sueños de aquellos que no se aterrorizan ante mi presencia.
Rosendo, súbitamente, comprendió. Levantó la mano y deshizo la venda de la muñeca que sostenía la aguja para el suero, la extrajo y vio que no había orificio en la piel. Se arrancó los vendajes y las gasas de la cabeza, apresuradamente, queriendo encontrar la herida, y no encontró nada. Se acarició la antigua cicatriz sobre la ceja y halló la piel lisa, sin rastro de ella.
―¿Y todo este montaje? ―preguntó sin comprender. Le llegó la respuesta en un fogonazo, nada más formularla.
―Es tu sueño, una ilusión, un remanso de paz para tu mente. Cada persona genera su decorado y la imagen que tienen de mí. La realidad última es que tu cuerpo de carne y hueso se encuentra en el hospital. Está muy mal, no sobrevivirá a esta noche ―le explicó Tristania.
―¿Y tú? ¿Has venido a cuidarme? Cuesta creerlo, pero sé que me dices la verdad ―respondió con voz apagada.
Bajó la mirada al suelo, como si así le fuese más fácil comprender lo que estaba ocurriendo.
―Ese es mi deber ―fue la explicación de la enfermera.
―¡Tienes un trabajo muy cruel! ―dijo irritado el hombre.
Ella suspiró, en un gesto cansado, y añadió:
―La muerte no es cruel. Las causas de la muerte sí lo son, en ocasiones. Piensa en las enfermedades, las guerras, las catástrofes y tantos sufrimientos. Yo no genero ni las causas ni los efectos. No dependen de mí, aunque siempre me atribuyen la culpa. ¿Acaso no has visto cómo me representan?
Pareció tomarse un respiro.
―Para ti soy una enfermera, para otros un sacerdote, un santo o un familiar querido. Como ya te he dicho, cada uno me ve conforme a sus creencias; pero debes saber que evitar el sufrimiento y el dolor es mi destino ―concluyó.
Rosendo asintió con la cabeza. Había sido injusto en su apreciación. Ella no le mentía, no tenía ningún motivo. Sintió la pesada carga que llevaba encima y la inmensa soledad que le acompañaba.
―Yo no deseo alejarme de ti, Tristania, no me importa si eres real o irreal o si esto es un sueño. No me apartes de tu lado ―suplicó él.
―Soy lo más real que has conocido. Esto no es un sueño».

                                                    Solitude – Frederick Leighton

Este es un fragmento del relato Tristania, inspirado, en y por la muerte. Aunque todo el mundo la considera El Final, en muchas ocasiones (la vida se encarga de demostrarlo)  el final se convierte en principio.

2 comentarios en “Tristania

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