La niebla llega a la ventana, no se detiene, atraviesa el cristal. Las voces se acallan de repente, ahuyentadas por un zumbido penetrante y agudo. Cuando el pitido cesa, oye el latido de su corazón, que palpita lentamente, alejándose hacia las profundidades. Lo sigue mientras una voz distante y débil llega a sus oídos: “¡Corre! ¡Avisa al doctor, ha entrado en coma!”.
Un manto invisible de frialdad cae sobre su piel desnuda. La humedad lame sus dedos, sus manos, sus pies dentro de las zapatillas de felpa, sus piernas, enroscándose con lentitud a su alrededor, lascivamente, arrastrándose, dejando una sensación de frescor y bienestar que se convierte en un hormigueo. Es lo más parecido a una caricia que siente desde hace tiempo. Nota como la neblina se pasea húmeda y refrescante por su cuello, se desliza eróticamente tras las orejas, regresa a sus pómulos y se detiene con suavidad sobre sus parpados cerrados, apoyando unas manos invisibles. Disfruta de las sensaciones hasta que su cuerpo queda convertido en una superficie palpitante, vibrante. Ha desaparecido todo dolor, ha perdido la conciencia de tener una existencia física. No puede abrir los ojos, no los encuentra, tampoco los necesita. Está girando en el núcleo de una inmensa galaxia, una espiral de energía constituida por células y poros que respiran pausadamente, en expansión hacia los confines del espacio vacío y helado.
¿Estaré muerta?, se pregunta. ¿Y el director de la sucursal?… ¿Y los balances? ¿Y él?… ¿Y los abogados?… A tomar por culo… Una sonrisa se forma en un lugar indeterminado de la nebulosa conciencia.
Aparece una imagen, ¿un recuerdo, una premonición? Está jugando a la salida del colegio con los demás niños. Ha nevado. Empujan una esfera algodonosa y fría para que ruede. Van a hacer un enorme muñeco blanco. Tiene los dedos como carámbanos, los guantes de lana empapados, el cuerpo caliente y sudoroso, excitado por el juego. No lo acaban porque comienza la batalla con bolas de nieve. Ella está en el bando perdedor. Para dignificar su derrota y mostrar su valor, los vencidos deben caminar sobre el estanque helado hasta la isleta situada en medio. El sol se oculta y vuelven a caer copos blandos y lentos.
“¡Venga gallinas, hasta el centro!”, ordena uno de los vencedores. Y los tres avanzan en silencio, lentamente, apoyando los pies con cuidado, tratando de oír el sonido delator que producen las grietas, la señal de alarma para echarse atrás y salir corriendo. El agua cristalizada refleja la luz de las farolas, del cielo apenas llega claridad. En la isla, los cisnes acurrucados con el cuello entre las alas se protegen del frío y dormitan. La nieve sigue cayendo, plumones suaves y blancos de almohada.
La superficie nívea cruje cuando dan el octavo paso, a cuatro metros de la orilla; corren, pero acaban hundiéndose. El pequeño lago no es profundo y ellos saben nadar. Lo peor que puede pasar es hundirse bajo la gélida cubierta y que al intentar salir a la superficie no encuentres el agujero.
“Lola, Lola, vamos, sal…”, oye que la llaman desde la orilla, nota las voces angustiadas. Las niñas lloran, los niños gritan y berrean tanto como sus pulmones les permiten. Le llegan los sonidos lejanos, distorsionados, como las canciones de los vinilos que giran con pocas revoluciones… ”Looolaaaa, Looooolaaa…” Voces de dibujos animados, le da la risa. Siente frío, está aterida, se está congelando, se queda rígida y quieta… Una tibia calidez sustituye la frialdad y un sopor la rodea meciéndola en el olvido.
Se pregunta si su sangre también se está cristalizando, formando hermosas estrellas de cristal de color rubí, fractales artísticos, huellas glaciales únicas de su personalidad. ¿Qué aspecto tomaría una gota de sangre una vez congelada?, ¿cómo se vería en un microscopio? Como hacía aquel japonés, Masaru Emoto, retratos fidedignos de la esencia del agua. ¿Una imagen holográfica de sí misma? La apariencia externa no podría disimular el cielo o infierno del yo íntimo.
Tal vez el cambio no sea individual para cada molécula, quizás en vez de miles de estrellas púrpuras su cuerpo esté adoptando la forma de un copo de nieve gigante, un lucero de cinco puntas, un prototipo de humana belleza de Leonardo Da Vinci. Se siente rígida, sólida, entumecida, como un iceberg. Avenidas carmesíes, conductos dorados y puentes traslúcidos corren entre órganos escarchados, como pequeños caseríos aislados en un mundo de luz opaca, en un paisaje de postal nórdica.
El cuerpo ha dejado de pertenecerle, es propiedad del invierno, del reino boreal, del ártico, es como un mamut siberiano atrapado de repente por la glaciación. Tan rápido sucedió que en su estómago los restos de líquenes, musgos y hierbas no tuvieron tiempo de ser digeridos. Un proceso detenido en el tiempo. ¿Qué se preguntaría un mamut? ¿Tendría conciencia? En el hielo constante y eterno igual no hay tanta diferencia entre ella y él. Quizás la conciencia sea la misma, solo que en otro cuerpo. ¿Acaso el mamut soñaba que era un hombre? No hay prisa por despertar. En la eternidad, ¿qué más dan treinta o cuarenta mil años para un mamut helado? Ojalá sea solo un sueño para él y no llegue a descubrir la pesadilla de una vida humana, frágil, breve y desgraciada.
Este es un fragmento del relato Lo que aprendió del mamut, al que tengo especial cariño ¿Por qué? Creo que ello es debido en parte a que es uno de mis escritos más incomprendidos y más maduros, desde mi apreciación (nada objetiva :-)). Curiosamente, los lectores te hablan de cuanto les ha gustado tal o cual relato, recuerdan y nombran títulos, y de este, en cambio, nadie comenta nunca nada.
¡A mí me ha atrapado! Me he tomado con esas emociones entre miedo y liberación, placer y angustia. Secuencia de pensamientos involuntarios que escarban bien adentro, pensamiento que vaga entre recuerdos y supuestos, preguntas que no esperan respuestas ¿Será esto el estar muerto? ¿Será el limbo que mantiene el cuerpo activo en la profundidad del estado de coma? Me encantaron las imágenes pero especialmente… “Tal vez el cambio no sea individual para cada molécula” Imagino en este instante la muerte como una separación absoluta de lo que previamente, lucía unido, al menos en apariencia. Fallecer y de pronto, cuánticamente el asunto es un proceso sorprendente, cada célula tomando su rumbo, la vida que cohesionaba bajo un serie de premisas, ya no es. En la nueva dimensión se deshace, puede tener la libertad de integrarse a otras moléculas, ser hueco, agua o aire, con la eternidad como límite para crearse una y otra vez. Saludos, Scarlet
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¡Caramba! Scarlet, veo que has captado muy bien la intencionalidad oculta tras el relato, hay un paralelismo entre tu comentario y el contenido del cuento. La opción a veces se reduce a elegir la dualidad o bien la no-dualidad, la conciencia.
El fragmento final, continuación del anterior, que te pego aquí debajo, acaba por cerrar el círculo. Gracias por tu gentil y enriquecedora opinión.
Saludos.
(sigue…)
Es una extensión ilimitada, no hay lugar donde asirse. La mente no encuentra una referencia, una idea, un pensamiento, nada. Solo la presencia que abarca la inmensidad de este mar helado es la única realidad. “¿Qué soy yo? ¿Una gota, una ola, un océano? ¿Un punto sin núcleo ni perímetro?” Las palabras no significan nada en la ausencia de todo aquello a lo que se pueden aplicar.
La niña que juega en el estanque despierta asustada bajo el agua. Las últimas burbujas escapan de sus pulmones y trata de cogerlas con la mano… Nota el contacto de sus dedos con el frío exterior y, con un impulso de sus piernas dormidas, sale al aire libre dejando atrás el gélido nicho. La nieve sigue cayendo en silencio.
En el profundo letargo del olvido, una gota se agita sobre sí misma, “¿soñando?” Se despereza, se agita y, con su inquieta vigilia, contagia a otra que, sumida en el reposo eterno, despierta y a su vez desvela a otra y así… Un leve murmullo se inicia… en ella.
Es todo cuanto percibe. No hay luz ni sombras, solamente un avance continuo que pronto se hace audible. Es el rumor de un arroyuelo formándose bajo los témpanos del níveo manto. Aún queda una partícula rebelde en el mamut que no quiere ser parte de la gélida perennidad, que quiere su existencia ahora, no después, ni en eones futuros.
Bajo la superficie blanca y opaca, las gotas se agitan, se desplazan, aumenta la temperatura con la fricción, se contagia la excitación alrededor. El murmullo se transforma en un estruendo sordo y contenido que avanza como la sangre bajo la piel recobrando sus posesiones, y pronto el agua aprisionada hace estallar la insensible prisión blanca, arrojando los pedazos brillantes contra el cielo y la luz. Comienza el deshielo. Los ríos liberan la vida y se abren paso mientras sus aguas gorjean y lanzan guiños de plata. El invierno abandona el cuerpo retirándose desde las profundidades y llega hasta las puertas, allí donde las primeras gotas de la primavera se agitan inquietas.
Un dedo se mueve imperceptiblemente.
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Realmente me encanta como escribes ¡Esas imágenes! Figura de una integridad que realmente no existe, un mundo de zanjas colmando espacios físicos, del momento, el segundo que entendemos como “estar vivos” pero ¡Es una ficción! Somos tan primitivos, domesticados por los sentidos, el miedo y sus respuestas impulsivas.
Respecto a la inmensidad ni somos ni parecemos, no obstante, suponemos una grandeza que culmina con la muerte en el insignificante tiempo humano que en definitiva, ni tiempo es. Esa energía que viaja llena luz, se apaga en los ojos y ya no vuelve, luego, es tierra y gas, como dices “extensión ilimitada» sin antes o después. Solo transmutaciones.
Saludos, Scarlet
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Así es Scarlet, todo parece real, como el sueño de anoche, el mismo parece ajeno a nosotros con sus delirantes situaciones, pero sin embargo surge de nosotros y se sumerge de nuevo en nosotros y es solo para nosotros, con sus alegrías e infortunios. Un pequeño universo cerrado, íntimo y secreto mientras se vive en el, pero al despertar por la mañana se desvanece y no queda ni tan siquiera el recuerdo.Miles y miles de sueños olvidados, perdidos, en algún lugar…
Gracias por tu presencia y reflexivos comentarios 🙂
Un saludo
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… a ti, saludos
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Suele pasar: las obras preferidas por el autor raramente coinciden con las preferidas por sus lectores. Cien años de soledad hizo famoso a García Márquez, pero su relato preferido era El coronel no tiene quien le escriba (por ejemplo).
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Sí, así es José Ángel. Es el mismo caso, si me apuras, del escritor que presenta una obra a una editorial, ó a docenas y se la rechazan una y otra vez….y en un momento dado se publica y se convierte en un éxito literario, entonces todas las editoriales y público, se lo disputan. Hay algo inexplicable en el proceso, el libro nunca dejó de ser el mismo, pero se mira de diferente forma.
Gracias por la visita.
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