Escribir desde la fragilidad del oficio

“Todas las artes tienen un objetivo: la emoción humana. De hecho, un lector no cerrará el libro mientras la lectura le transmita emociones…”

Con esta frase como aperitivo, comparto un fragmento de las reflexiones lúcidas,  llenas de sensibilidad y sabiduría del escritor Néstor Belda.

“Pero ocurre que todas las artes cuentan con alguno de los sentidos físicos, el oído, la vista, el olfato, sentidos que son la puerta de entrada a las emociones de quien la contempla. Los pintores cuentan con el sentido de la vista, con los colores e, incluso, con las texturas y las dimensiones. El músico, con el oído del oyente. El director de cine y los actores, con el oído, la vista e, incluso, con la estimulación visual del sentido del olfato y el gusto. El teatro cuenta con el decorado, con los artistas, con los distintos tonos de voz, la iluminación. Uno ve una hamburguesa en el cine y reproduce sabores y olores. Pero el escritor solo tiene… palabras.
Solo palabras. Un elemento cotidiano. Usamos las palabras para comprar el pan; las vemos en la ducha, en el envase del champú; en la calle, señalizando el tránsito o en anuncios de diversa índole; en el supermercado; en la prensa; en la televisión. Estamos rodeados de palabras. Las leemos, las escuchamos, las escribimos, las pronunciamos. Es más, todos, unos mejor que otros, nos arreglamos con las palabras. Todos sabemos leer y escribir. En cualquier diccionario tenemos a nuestra disposición las mismas palabras que usaron Hemingway, Gabriel García Márquez, Borges… Los escritores no tenemos colores, ni sonidos, ni sabores, ni olores. Tenemos la palabra azul, pero no tenemos el color azul. Y podemos combinar palabras, por ejemplo, «se escuchaba el murmullo de arroyo», pero, así todo, no tenemos ni el sonido ni la visión del arroyo. Los escritores somos artistas indigentes. Solo tenemos palabras y con ellas debemos estimular los «sentidos mentales» del lector y fabricarle una vivencia que llegue a su intimidad emocional. Esa es la fragilidad del escritor. Esa es la fragilidad e indigencia que siento cuando me dispongo a escribir. Solo con palabras tengo que fabricar una experiencia emocional para el lector. ¿Por qué? Porque lo que perdurará en su memoria no son las palabras, sino la experiencia emocional.

Recordando a Clarice Lispector, para el escritor que comprende la esencia del arte de la escritura, la palabra es solo una carnada para atrapar al lector, para que el acto de lectura quede en un segundísimo plano y se convierta en una experiencia viva. Allí radica, creo yo, la esencia de la escritura literaria: Construir para el lector una vivencia emocional que jamás pueda olvidar. Una vivencia que eche fuera las palabras. Es un juego del lenguaje donde las palabras escritas no están destinadas a ser leídas, sino a ser vividas; ni siquiera están destinadas a habitar en los libros, sino en la intimidad emocional del lector.

Llevo treinta y ocho años sintiendo esa fragilidad cada vez que me siento a escribir. Más precisamente desde los catorce, cuando leí por primera vez un cuento de Borges. Y si me he decidido a publicar, además del empeño puesto por amigos escritores que me han alentado, es porque siento que, aunque sea con una sola de las historias de «Todas son buenas chicas», quizá consiga que cada uno de vosotros os separéis del mundo por un tiempo ―el tiempo de la lectura―, y viváis en otros escenarios, en otras vidas”.

Si quieres leer la entrada completa, visita su blog:

http://nessbelda.blogspot.com.es/2014/09/escribir-desde-la-fragilidad-del-oficio.html#more

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