Náyade

Este es un fragmento del cuento «La historia no contada de la vieja del lago».  Retomando una leyenda, al igual que los cuentos para niños, trato de recrear el mensaje oculto que pudiera encerrar para todas las edades.  Hubo un tiempo en que, la televisión y todos los adelantos tecnológicos y multimedia de los que disponemos ahora no existían; la tradición oral era la depositaria de todos los recuerdos y enseñanzas, la guardiana de la memoria. Escarbando en ella he encontrado esto:

Náyade
«Se desliza sobre la superficie mansa y fría del lago antes de partir, sin ruido. Apenas se agitan las aguas aún dormidas. El tiempo parece estar detenido. Su cabello largo y rubio, ceñido a la frente con un hilo trenzado de plata, flota tras ella y la sigue convertido en una capa dorada. Se detiene ante su roca preferida, que emerge sobre el agua como el lomo de un gigante mitológico. Siempre le ha gustado sentarse allí al amanecer y sentir los tibios rayos del sol que bostezan a la tímida aurora. Con su peineta de oro se ha entregado infinidad de veces al ritual de desenredar y peinar los sedosos cabellos revueltos tras la noche.
Continúa nadando, no quiere marchar sin despedirse de sus pequeñas amigas, las minúsculas nomeolvides que crecen al abrigo de unas peñas en un pequeño desnivel herboso y húmedo, tan humildes que a menudo pasan desapercibidas. Pétalos azules como el cielo con un diminuto sol amarillo en el centro. Coge un tallo y lo engarza sobre su oreja entre el cabello y la trenza plateada. Se tumba de espaldas sobre el agua, contempla la inmensidad de la bóveda que la cubre. Las estrellas se van extinguiendo como sopladas por una boca invisible. Las cumbres nevadas rodean y protegen aquel paraíso. Las aguas la acogen y acunan, un aire de infinitud envuelve el instante, lanzas de oro aparecen por el Este anunciando el nuevo día ¡Es la hora! Respira profundamente y se transforma en una rana verde como una hoja, verde como sus ojos. Se desliza por una pequeña corriente de agua que abandonando el inmenso lago se dirige al Sur».

John Williams Waterhouse

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