Casualidad: Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar.
Destino, Hado: Fuerza desconocida que, según algunos, obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos.
Revelación: Manifestación de una verdad secreta u oculta.
Serendipia (palabra no reconocida por la RAE), es un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta.
Tengo una lista de libros manuscrita, colgada de una chincheta en un tablero de corcho, allí voy anotando aquellas sugerencias, recomendaciones o simplemente descubrimientos de textos que llaman mi atención. Es una tira ilegible, excepto para mí, con nombres y títulos escritos con diferentes bolígrafos de color o rotuladores, dependiendo de la herramienta que encuentro más a mano en ese momento de premura y entusiasmo, similar al del arqueólogo que descubre un fragmento desconocido bajo la tierra. Realmente son varias listas, no solo una. Pero me apena abandonarlas al no poder cumplir mis objetivos, y se acumulan unas sobre otras o en estrecha vecindad. Como desde siempre he sido lector y pese a ello la cantidad de autores y libros leídos es ínfima en comparación no sólo a lo publicado sino a lo que me gustaría leer; me avergüenza excluir grandes clásicos o aquellas obras que se consideran imprescindibles o que se supone que todo el mundo conoce menos yo. Todo y con ello, las tiras de papel se llenan de autores conocidos y desconocidos, soy infiel a unos y me dejo llevar por la pasión con otros. Recientemente siguiendo la recomendación de un blog amigo me hice con Intemperie de Jesús Carrasco y me congratulo de la decisión. Porque de alguna manera, como sucede en otras muchas ocasiones y circunstancias de la vida parece ser que la elección sin pensar, o la dirección imprevisible, es la adecuada. Y no me equivoqué.
Otro de esos libros que estaba en la relación, desde hace poco tiempo, Claros del bosque de María Zambrano, lo compré el otro día. No iba con esa idea, pero en la librería algo se apoderó de mí, quizás el título evocador, lo pedí a la dependienta y al poco rato estaba en mis manos.
Yo no había visto nunca la portada, me llamó la atención la coincidencia. Es una imagen muy similar a la de Hojas de Otoño, un camino que se pierde en la distancia, en lo desconocido, en un bosque, en un umbral lejano, en el futuro, una vía cálida y serena que se abre invitándonos a caminar por ella hacia algo desconocido.
Y ha sido al comenzar a leer cuando he entendido…
El libro ha sido puesto en mis manos, ha sido más un reencuentro que un encuentro, pues el contenido del mismo transporta a lugares donde uno puede llegar a través del pensamiento y la comprensión, al bosque. Es a través de la meditación, de la quietud, de los claros entre los árboles, esos lugares místicos dentro de uno mismo, donde la luz brilla entre las penumbras y las sombras. Es en esos calveros atravesados oblicuamente por los fragmentos de lucidez supraterrenal donde es recognoscible nuestra verdadera naturaleza, ella lo llama Dios, pero no en el sentido habitual religioso que conocemos. Bien podría ser un tratado oriental de vedanta o un texto budista, pero lo que lo hace original y único no es la finalidad del libro en sí, una guía para adentrarse en las profundidades, allí donde los claros aguardan, sino la manera preciosa en que la razón poética se viste de metáforas y oximorones porque María Zambrano ve en la creación de imágenes visuales un lenguaje comprensivo más profundo y directo sobre la realidad última del hombre, mucho más que a través del raciocinio y los conceptos. Dado que es una realidad donde las palabras son insuficientes y el lenguaje no pronunciado precede a la creación de la forma nominada.
Es un libro para leerlo sin prisas, sin prejuicios, sin conceptos, más bien desprendiéndose de todo lo mencionado y permaneciendo en quietud hasta que el silencio nos hable.
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