CONTEMPLAR LA LITERATURA

“No obstante, mi pasión literaria se ha expandido a este blog. Por eso, en esta entrada les presento el prólogo que escribí para un libro de relatos que ha sido publicado hace unos días: 13 hojas de otoño, de Quirico Molina. Conocí a Quirico el año pasado en unas circunstancias, como mínimo, turbadoras: Se enfrentaba un problema de salud cuya solución dependía una intervención quirúrgica, motivo por el cual, antes de entrar a la sala de operaciones, quería dejar su libro listo para publicar. Felizmente, ocurrieron tres cosas: Quirico está fuerte como un buey, su libro ha sido publicado, y yo he ganado un gran amigo.
En el plano literario, me encontré con una obra significativa, como debe ser toda obra narrativa, y con un autor de una sensibilidad enorme. No hago reseñas, ya lo sabéis, así que os dejo con el prólogo que escribí para 13 hojas de otoño. Aunque es breve, contiene toda la esencia que para mí tiene la narrativa, tanto desde su plano estructural como del estético”.

Prólogo del libro:

La esencia de un prólogo es presentar y acreditar al autor y su obra. Entonces, me pregunto: ¿Por qué escribir un prólogo a «Trece hojas de otoño»? Quizás, hasta sea una impertinencia. Ni Quirico Molina, ni los relatos que conforman esta colección, lo precisan; la lectura lo hará todo.
«Trece hojas de otoño» es una obra en la que, desde la estética de un lenguaje sencillo, sus relatos enamorarán a los más acérrimos amantes de la belleza poética, pero también a aquellos que buscan una narrativa que los deje frente a frente con historias vivas. Si me pidiesen que definiera el conjunto de las piezas de este libro con una sola palabra, diría «rotundidad». Por debajo de ese plano estético que define la prosa de Quirico Molina, como un río de lava, discurre una temática punzante, a veces presentada con escenas y escenarios que coquetean con el realismo mágico, y, en otras, impregnadas de un realismo tangible e incómodo, como la vida misma.
La buena literatura se caracteriza por ser una vivencia para el lector, equiparable a las experiencias emocionales que nacen de las relaciones con nuestros semejantes y con el entorno. Adentrarse en un bosque de la mano de este escritor es sentir la humedad o el frío, percibir los olores y los colores, escuchar el crujir de la hojarasca, o estremecernos con sus sombras. Yo estuve con Joaquín en «El armario», contemplando las motas de polvo que, frágiles, leves, flotaban en un haz de luz; y también fui seducido por los siete velos de Aeshma Deva en «El tatuaje». Pero también, con este libro, he vivido la experiencia de leer una prosa rigurosa y placentera, y el estupor de sentir por dentro lo que con cada palabra, cuidadosamente seleccionada, Quirico Molina nos transmite. No es lo que dice, sino las sensaciones que produce. No son las escamas sangrantes y resecas de Iremi en «La sirena», sino la certeza de que, una y otra vez, todos cargamos con ese calvario.
Veo a un escritor que sabe encantar al lector con la música de sus frases, pero que en el sustrato, sutilmente, nos muestra la piel áspera de la naturaleza humana. Leer a Quirico Molina es situarnos en el teatro de esta humanidad frágil, de valores perdidos, de oídos sordos a los gritos de la naturaleza, pero envuelta en un halo de esperanzas.
«Trece hojas de otoño» os llevará más allá de las palabras y, por eso, os recomiendo que preparéis vuestros ojos, pero no los de leer, sino los de contemplar.

Néstor Belda
Mayo 2015

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Contemplar la literatura: “13 hojas de otoño”